Carta de Cristián Warnken a un adversario
“Por eso te escribo, adversario mío. Y te digo mío, porque la vida sabiamente se construye en la polaridad, en la tensión y danza de los contrarios”, nos dice Cristián Warnken.
Estimado adversario:
Son tiempos difíciles, por no decir imposibles, para llegar a acuerdos. Todos parecemos empecinados en gritarnos, insultarnos, denostarnos sin tregua. Nada bueno encontramos en nuestros adversarios, hemos vuelto a convertir el país y el mundo en un campo de batalla y no en un espacio común donde convivir y aceptarnos.
Nuestros países están casi todos al borde de la quiebra, no económica, sino espiritual, porque hemos dejado de ser comunidades para convertirnos en tribus que se disputan el territorio. Qué mal estamos, qué triste espectáculo estamos dando a las nuevas generaciones, los más niños que escuchan, desde la mañana a la noche sólo el insulto, la caricatura, la demonización del otro. De ese “legítimamente otro” de la que hablaba Humberto Maturana, que partió justo en el momento en que empezábamos a asistir a una involución muy peligrosa: la de la deslegitimación de ese otro como otro. ¿Adónde nos llevará este circo romano en que se ha convertido nuestro mundo? ¿Cómo enfrentaremos pos grandes desafíos y peligros que vienen-el cambio climático, la aceleración tecnológica-si no somos capaces ya, ni tenemos la mínima voluntad de hacerlo, de colocar juntos la primera piedra de un espacio común de convivencia?
Qué espectáculo patético y trágico estamos dando al futuro, desde donde se nos juzgará como destructores de la Humanidad, que no es sino lo Humano puesto en común. No sólo hemos depredado la naturaleza, también hemos depredado el espacio del coexistir que tanto ha costado tejer durante milenios. Por eso te escribo, adversario mío. Y te digo mío, porque la vida sabiamente se construye en la polaridad, en la tensión y danza de los contrarios. El “ying” y el “yang”-nos enseñaron los viejos sabios chinos. “Lo que está abajo es como lo que está arriba, y lo que está arriba es como lo que está abajo”: Hermes Trismegisto. De esa complementariedad de los opuestos, ha nacido lo más excelso de lo humano. Pero ahora lo estamos demoliendo todo con nuestras querellas, disputas histéricas y desaforadas, nuestros griteríos de odio , ¿para quedarnos con qué? Con puras ruinas. Ruinas de la democracia, ruinas de la paz, de la tolerancia. ¡Qué decepción tendrían Montaigne, Erasmo, y tantos otros que, en medio de guerras civiles y religiosas de su tiempo nos enviaron un mensaje desde ese pasado sangriento para construir un futuro mejor!
Adversario: te propongo hagamos una tregua, bajemos nuestras armas (sobre todo las verbales, que hieren a veces más que las armas físicas), dejemos de tuitear, de diseminar memes, de envenenar todo posible entendimiento con cápsulas venenosas de TikTok, guardemos silencio y pongámonos de acuerdo por lo menos en esto: ninguno va a ganar nada y si alguno gana de esta manera, será sólo una victoria pírrica. Dejemos de proyectar nuestras propias sombras en los otros. La Tierra está sufriendo mientras nosotros perdemos el tiempo en sonido y furia estéril, en estratagemas de niños enojados, desbordados por la emoción y la rabia. Tal vez esté haciendo el ridículo escribiéndote y mi propia tribu me va a castigar por eso. Pero hoy desperté cansado de escuchar las declaraciones cruzadas de unos y otros, las pequeñeces, la falta de altura y estilo y me dije: “¿a quién favorece esta reyerta, este diálogo de sordos, es el pueblo el que gana con estas cachetadas de payaso, con estas muecas destempladas, con este espectáculo de discordia sin fin?”. Y me encontré, por azar, con esta frase del poeta libanés Kalil Gibrán que se me cruzó como un relámpago, una frase que debiera estar en los umbrales de los palacios legislativos y de gobierno de todo el mundo.
“El gobierno es un acuerdo entre tú y yo. Tú y yo estamos, con frecuencia equivocados”. Gibrán, libanés que vio a su patria desgarrarse por guerras entre “verdades”, llegó a esa conclusión después de mucho dolor. ¿No es iluminadora la idea, que, porque con frecuencia (por no decir casi siempre) estamos equivocados, debemos llegar a un acuerdo y que gobernar es un acuerdo entre dos equivocaciones, no entre dos verdades? ¡No existe la verdad! Sólo existe el error. Y, por eso, es fundamental que lleguemos a acuerdos. Al leerla sentí que me liberaba de algo, de un peso; el peso de yo tener la verdad.
Al saber que con frecuencia estoy equivocado, me di cuenta que sólo me quedaba cruzar a la otra orilla a encontrarme con un adversario, semejante a mí en el error y empezar desde ahí a conversar de nuevo. Y por eso escribí esta carta, que no sé si leerás. Es como un mensaje que envío en una botella lanzada al mar. Al mar de lo humano, que es el mar del error y del errar. ¿Tendré de ti una respuesta, aunque sea una mínima señal? Eso bastaría para encender, en la noche de los náufragos, la esperanza.
Te saludo de equivocación a equivocación
Cristián Warnken