Columna de Víctor Maldonado: “Que no se impongan las reglas del anti-debate”
“No se puede convencer a alguien que no está prestando oídos a lo que se dice. Por eso hay que establecer todo el tiempo el diálogo entre el candidato y los auditores o televidentes”.
Cuando lo que se busca es imponerse
Por la forma como actúa Kast en los debates, lo que se ve es que el diálogo es reemplazado por una confrontación en blanco y negro.
Cuando Claudio Orrego se muestra contrario a la acusación constitucional contra la ministra Tohá, lo que hace el candidato republicano es atacar a la persona de Orrego, negando cualquier iniciativa que haya tomado en seguridad.
Kast no argumenta, solo afirma con frases simples que responden a problemas complejos, identificando a responsables a quienes se les puede achacar toda la responsabilidad. El candidato republicano se pregunta por qué “Santiago es más violento y peligroso que hace cuatro años” y su respuesta es muy simple: “porque tenemos a un gobernador que no ha hecho nada para defender a la gente de Santiago del avance del crimen organizado”.
Esto es lo característico de su apuesta política. Lo que ofrece no son argumentos para que cada persona se forme su propio juicio. Entrega conclusiones que hay que aceptar y a las que hay que adherir. La resolución de problemas le corresponde a él, los demás deben depositar una confianza ciega en su persona y adoptar las conclusiones que saca.
En un debate democrático, lo usual es señalar lo que nos parecen los puntos débiles del contendor o defender una manera alternativa de actuar ante los mismos hechos, pero no se presenta al otro como una completa nulidad.
Mostrar al adversario como el error en estado puro es no tener ningún respeto por la verdad ni siquiera hacer un intento por aproximarse a ella. Se sabe que una afirmación tan rotunda como la de Kast no tiene ningún sentido. Orrego no podría estar bien evaluado en las encuestas y fallar en materia de seguridad.
Pero no es eso lo que importa. La derecha más dura nos está informando que esta elección será para confrontarse de manera rotunda y sin matices, no para argüir. No es para ganar por puntos, sino para imponerse por completo.
La consigna en reemplazo de los hechos
No será, por lo tanto, un debate sobre hechos, sino sobre consignas y visiones de mundo polares. Esta mentalidad no puede ser enfrentada argumentando como si se tratara de un debate normal. Se realizan afirmaciones rotundas, alejadas de la realidad, con mucha mayor rapidez que la posibilidad de contestarlas.
Entrar en ese juego es perder. Lo que busca un autoritario es imponer las reglas ante sus contrarios y mostrar a sus adherentes que predomina.
De modo que un líder democrático debe escoger muy bien la forma en cómo enfrenta debates que no lo son. Ciertamente, hay una fórmula para poder responder. No se puede convencer a alguien que no está prestando oídos a lo que se dice. Por eso hay que establecer todo el tiempo el diálogo entre el candidato y los auditores o televidentes. Son los que están escuchando y pueden ser convencidos. Que sean ellos los que escojan entre estos estilos.
Hay un gran desprestigio de la política. Todo político parte teniendo que superar una desconfianza inicial. Quien los cuestione en bloque parecerá al inicio más cerca de los ciudadanos, pero es solo el punto de partida. Una característica básica de un demócrata es que confía en el sentido común de los ciudadanos a los cuales pretende convencer. Esa confianza también se trasmite.