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Columna de John Müller: “La indignación como fuerza política”

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Pauta
POR John Müller |

“Un escándalo público, como el que afecta a Pedro Sánchez en España, es una fuerza muy peligrosa porque convierte en aceptable lo que antes no lo era”, dice John Müller.

Una gran cantidad de españoles se ha acordado estos días de que Pedro Sánchez llegó al poder en junio de 2018 en medio del rechazo generalizado que despertó la condena judicial por corrupción contra el Partido Popular que estaba en el poder. Lo han hecho al informar la Guardia Civil de una presunta trama corrupta que afecta a un exministro de su gobierno, que además era uno de los tres cargos más altos de su partido, el PSOE. Sánchez, además, está asediado por acusaciones de tráfico de influencias que afectan a su esposa, Begoña Gómez.

La indignación popular es relevante, no porque ahora o cuando Sánchez alcanzó el poder la gente saliera a las calles a tomar la Bastilla o a quemar el país (que no lo hizo), sino porque rompió la frágil mayoría parlamentaria que sustentaba al Gobierno de Mariano Rajoy e hizo viable socialmente una alternativa política que hasta ese momento parecía no serlo.

Es decir, el cansancio social con la corrupción, la exhibición de conductas inmorales e impúdicas, o simplemente imprudentes por parte de políticos, empresarios y funcionarios, que quedaron expuestas por una investigación periodística y después judicial, permitió hacer digerible para la sociedad un pacto político que de otro modo sólo hubiera despertado recelos.

Sin la indignación que causó la sentencia del caso Gürtel, ni Sánchez hubiera aceptado abrazarse con el Podemos de Pablo Iglesias (el auténtico cerebro de la moción de censura), ni el Partido Nacionalista Vasco hubiera roto el acuerdo parlamentario con Rajoy que había firmado sólo una semana antes.

Tampoco los separatistas de izquierda como Esquerra Republicana de Cataluña, o de derecha como el PDeCat, ni el antiguo brazo político de ETA que es EH Bildu hubiesen aceptado investir presidente a Sánchez si no hubiese sido en esas condiciones de estrés social. De hecho, esa ‘coalición Frankenstein’ como la definió el exsecretario general de los socialistas, Alfredo Pérez Rubalcaba, dividía profundamente al PSOE.

Hay quienes creen que el frágil gobierno de Sánchez puede seguir el mismo camino que el de Rajoy en 2018. Sin embargo, hay diferencias. El material que ha causado escándalo esta vez es un informe policial, que todavía debe cubrir varias etapas procesales hasta convertirse en hechos probados antes un tribunal. Los hechos suelen lucir de manera diferente cuando las defensas presentan sus explicaciones y peritajes. Incluso habiendo una sentencia, esta puede ser corregida, como ocurrió con la de Gürtel años después, cuando el gobierno de Rajoy ya era historia.

Sin embargo, aunque una sentencia puede causar más indignación que un libelo, es la fuerza de esa reacción social la que cambia las cosas. Si en los próximos días se descubren nuevos escándalos o nuevas mentiras del Gobierno, las cosas pueden empezar a cambiar.

Estoy escribiendo de España pero pensando en lo que ha ocurrido en Chile con los whatsapp de Luis Hermosilla. La indignación popular puede hacer que, en caliente, alguien decida reformar el mecanismo constitucional de selección de los jueces. El público ya le ha mostrado el pulgar hacia abajo a una ministra de la Corte Suprema, Ángela Vivanco, destituida por sus pares. ¿Se conformarán con eso?