Carta de Cristián Warnken a un amigo norteamericano
“Estados Unidos ha creado su propio Frankenstein. Un supuesto salvador que puede convertirse en el sepulturero de la democracia más antigua del mundo”, aseguró Cristián Warnken.
Acabo de conversar contigo y noté un tono angustiado en tus palabras. Fuiste de los electores que se abalanzaron a emitir su voto por correo antes de la elección. Estados Unidos -y, por ende, todo Occidente- está viviendo horas cruciales. La historia de los pueblos y las civilizaciones se juegan, a veces, en dos tres sucesos, y según como estos se desarrollen, puede decidirse si la libertad de esos pueblos prevalecerá o si prevalecerá el instinto suicida que ha llevado a tantas naciones al abismo.
Gane Trump o Harris este martes, Estados Unidos tiene un problema mayúsculo que va más allá de una mera elección. Si gana Trump, la democracia occidental y el orden mundial estarán en peligro; si gana, Harris -y todo dice que si gana, lo hará estrechamente- el monstruo seguirá ahí, acumulando más resentimiento y rencor, para dar en otra oportunidad el zarpazo.
Estados Unidos ha creado su propio Frankenstein. Un supuesto salvador que puede convertirse en el sepulturero de la democracia más antigua del mundo, esa que el joven francés Alexis Tocqueville elogiara en el siglo XIX al constatar la igualdad entre las razas y los ciudadanos norteamericanos, condición fundamental para ese nuevo sistema político llamado democracia. Esa misma democracia, entonces joven, que hoy parece haber envejecido mal, agotada y herida en un ala.
El mundo vive hoy un período de inestabilidad de alto riesgo: estamos llenos de polvorines, en Ucrania, en el Medio Oriente, listos para estallar y Estados Unidos ha ido perdiendo su liderazgo ayer indiscutible. Nunca he sido un defensor de la política exterior de esta potencia, sus errores flagrantes, sus torpezas y también cegueras e injusticias, han sembrado mucho daño en los países del tercer mundo. Pero al ver los líderes de las potencias enemigas de EE. UU. que han surgido en el horizonte, un Putin, por ejemplo, no puedo dejar de pensar en el momento en que Adolf Hitler se levantaba como amenaza y una Europa cansada de guerras prefería negociar y en muchos sentidos, abdicar ante él. Si no hubiese estado al mando de Inglaterra Winston Churchill, la historia habría sido otra y tal vez nuestro mundo habría sido un esclavo de un totalitarismo demente y destructor.
En estos días, se celebran los ciento cincuenta años de Churchill. No hay un Churchill hoy en el mundo que pueda, con coraje y claridad, hacer frente a los nuevos totalitarismos que otra vez ponen en jaque a Occidente. No hay un Churchill, pero hay un Trump, eso es el signo de estos tiempos. Tenemos el enemigo adentro, la sombra ha logrado seducir y confundir a la mitad de la población norteamericana. Un “alien” crece adentro de las entrañas de la democracia norteamericana y no parece haber nadie que pueda derrotarlo. Aunque pierda este martes, el energúmeno seguirá ahí, mientras los enemigos de la libertad tomarán palco al ver al principal adversario debilitado, debilitado interiormente.
Por eso, querido amigo, entiendo tu angustia y tu estupor. Me dijiste: “¿cómo llegamos aquí?” ¿Cómo la patria de Lincoln, de Whitman, de Martin Luther King ha sido seducido por los cantos de sirenas de un embaucador que ha convertido la mentira en verdad y el delito en virtud?
Algo huele mal en Estados Unidos, los elementos de la tragedia están servidos en la mesa. Las élites políticas norteamericanas (incluyo a demócratas republicanos) deberán hacerse una revisión a fondo para entender donde está la enfermedad del alma de Estados Unidos. Porque esta no es sólo una crisis política, esto es una enfermedad del alma del país más poderoso del mundo. Kamala Harris hace todo lo que puede (Dios quiera que logre vencer este martes), pero no es Winston Churchill. Ese tonelaje de líder necesita Occidente en esta encrucijada. Si no hay un líder así, sólo puede salvarnos el sentido común del pueblo. Caminamos sobre el abismo, entre cambio climático, guerras, migraciones descontroladas y una decadencia moral y espiritual carcome a nuestra civilización por dentro. Sólo ello explica que en el voto que recibirán los electores norteamericanos este martes, haya un energúmeno como Trump en la papeleta.
Trump es sólo el rostro, el síntoma de algo más profundo, del “maelstrom” que estamos atravesando y al que tenemos que mirar de frente, con lucidez y temple, para no hundirnos en él.
Querido amigo, gringo, la tarea que tienen por delante es inmensa. Pensaré en ti este martes, cuando comience el conteo de las urnas. Recitaré como un mantram estos versos de “América” de Whitman para exorcizar los demonios:
“Lugar de hijas de iguales/ de hijos iguales/todos, todos, amados del mismo modo/grandes, pequeños, jóvenes o viejos/Fuerte, enorme, imperecedera, poderosa, fértil/Eterna con la tierra, la Libertad, la Ley y el Amor/una Madre majestuosa, prudente, imponente/sentada en el diamante del Tiempo”. ¡Que la Libertad, la Igualdad, la Ley y el Amor salven a Norteamérica!
Good luck, my friend!
Cristián Warnken