Carta de Cristián Warnken a un amigo desde el sur
“Hace un año o un poco más, yo estaba en la primera línea de la política, ahora he vuelto a mi primera línea de siempre”, dice Cristián Warnken.
Querido amigo, me preguntas en qué estoy, me pides que te comente los resultados de la última elección, siento un cierto reproche en tu mensaje cuando me dices que “parece que te retiraste como un monje al desierto” y que ya no me interesa la actualidad. Te contesto con estos versos de Quevedo, gran poeta del siglo XVII: “Retirado en la paz de estos desiertos/con pocos, pero doctos libros juntos/vivo en conversación con los difuntos/ y escucho con mis ojos a los muertos”. Se ajustan a los que siento en estos días. Quevedo se había retirado, por la fuerza de los hechos, de la primera línea de la vida de corte a su mundo de libros, a la torre que no sabemos si era prisión o libertad recuperada. “Escucho con mis ojos a los muertos” -dice- qué bella manera para referirse al acto de leer.
Cuando los vivos se entretienen en el pantano de las redes sociales, en el griterío y la denostación, los libros se convierten en oasis de serenidad y escucha. Leer es conversar con los muertos, y los muertos son a veces mejores interlocutores que los vivos, atrapados en la vanidad, el fanatismo y la tontería. He observado los resultados de esta última elección con la misma distancia del mundo que Quevedo, en mi propia torre, acá en el sur, donde los únicos que gritan alrededor son las bandurrias y los queltehues.
Hace un año o un poco más, yo estaba en la primera línea de la política, ahora he vuelto a mi primera línea de siempre. Salí de las trincheras y vuelvo a caminar por el bosque. Ernest Jünger habla del “emboscado”, una figura de la antigua Islandia, un resistente que se retiraba para vivir de sus propias fuerzas, en el bosque, lugar espiritual, metapolítico. Cuando salí del bosque para alistarme en las trincheras, el país estaba envuelto en la embriaguez refundacional, en el delirio y en la intolerancia. Había que hacer una incursión y sumarse a ese gran movimiento del sentido común que fue el Rechazo a la refundación y deconstrucción del país y resistir a los iluminados.
No fue fácil, fue duro, pero valió la pena. Todo eso ya pasó. Las últimas dos elecciones sólo han venido a ratificar que hay en el fondo del inconsciente de Chile una reserva de “pasión por el orden” (así la llamó Andrés Bello), un instinto que nos hace desconfiar de los destemplados, vociferantes y radicales. Los que han sido castigados en las últimas elecciones. Hoy una mayoría amarilla ha impuesto la moderación en las urnas y es una mayoría que atraviesa la izquierda y la derecha. Ayer se insultaba, funaba, cancelaba a quien osara declararse amarillo, hoy se lo premia. Ayer hubo que crear un movimiento y un partido amarillos, pero hoy la mayoría del país se puso amarilla, es mucho más que un mero partido o movimiento. La izquierda y la derecha, oportunistas ambas desde luego (eso es parte de la condición humana), hasta el propio Presidente (otrora entusiasta de la refundación y la revolución), se esmera en sus declaraciones en declarar, sin vergüenza ni complejo, su amarillismo, que es el que está dando hoy réditos electorales.
¿Será algo pasajero, volverán a emerger los demonios desde el fondo del pozo, una vez que se calmen las aguas y haya un cambio de gobierno? Todo eso está por verse. Pero ya es un triunfo de la moderación el que todos se declaren moderados. El pueblo chileno ha hablado claro, y no se necesita ser sofisticado hermeneuta para interpretar su mensaje, nadie podrá construir mayoría desde los extremos, hablarle solo a la tribu finalmente solo está llevando a duras derrotas electorales. Veamos si la clase política está a la altura y hace su trabajo bien que consiste justamente en hacer política y no confundir lo político con lo religioso y la pasión (necesaria en la política) con el delirio.
No sabes como me tranquiliza ver esto. Por supuesto, todos deberemos estar alertas y nadie -que crea en la democracia, la prudencia, el sentido común- debe “dormirse en los laureles”. Ya vimos lo que ocurrió en octubre del 2019, cuando quienes debieron oponerse a la oleada insurreccional, abdicaron de los valores que decían representar. Y luego ese aquelarre, ese circo en llamas que fue la Convención.
Hay que cultivar siempre el estado de alerta, ser emboscados, que vuelven al bosque, a nutrirse, a leer, a pensar, y dejar de creer que la verdad está en las redes sociales o en la calle. La verdad se construye, y se hace de a dos, en un diálogo lo más lejos posible del griterío y la furia. El mundo que viene es un mundo lleno de peligros y habrá que acostumbrarse a vivir en medio del peligro. Pero el mayor de los peligros es cuando nos aislamos en nuestras verdades parciales pensando que es “la Verdad”. Por eso hay que conversar mucho con los difuntos, leer, escuchar. El viento mueve las hojas que están frente a mi torre y parece que va a llover. Una lluvia tranquila, dulce, nutricia, no se ven tempestades en el horizonte. Y la tierra se prepara para renacer.
Un abrazo desde el sur