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Columna de John Müller: “El manisero se va, adiós a Jimmy Carter”

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POR Equipo Radio Pauta |

El fallecido presidente de Estados Unidos fue odiado y estigmatizado por convertir el respeto a los derechos humanos en la regla de oro de su gobierno.

Cuando era niño en Chile, recuerdo que en las radios, casi en su totalidad adictas al régimen militar de Augusto Pinochet, los comentaristas ponían a caer de un burro a Jimmy Carter. “Manisero” era lo menos despectivo que le decían. Todo eran burlas. Pero ese muchacho que había estudiado física nuclear, se había convertido en oficial de submarinos nucleares, y que lo dejó todo para volver a la granja de su padre a cultivar cacahuetes y había llegado a gobernador de Georgia, era un hombre bueno. Un ingenuo, decían los periodistas del régimen. Quizá, un ingenuo, pero un hombre bueno al fin y al cabo como demostró en su larga vida como expresidente, tan ejemplar que le valió el premio nobel de la paz en 2002.

Carter llegó a la Presidencia de Estados Unidos en enero de 1977 prometiendo que nunca mentiría, como sí había hecho su antecesor Richard Nixon, y convirtiendo los derechos humanos en la regla de oro de su gestión. Tan ingenuo no sería Carter si Augusto Pinochet se sintió amenazado y en enero de 1978 decidió realizar una farsa de plebiscito en apoyo de su gestión ante la proliferación de acusaciones y denuncias internacionales. Lo ganó con casi el 80% de los votos.

Los militares chilenos nunca le perdonarían a Carter que una de sus formas de presionarlos fue la enmienda patrocinada por el senador Edward Kennedy que impedía a Estados Unido vender material militar a Chile mientras no aprobara la asignatura de los derechos humanos. Justo a finales de 1978, la junta militar argentina tenía sus propios planes para el canal de Beagle, en el sur de Chile, y sus militares se sintieron atados de manos para defenderse.

Carter heredó una economía enferma de inflación y sometida al shock petrolero. No supo lidiar con ella. Tampoco tuvo suerte en el plano internacional donde su política de derechos humanos fue aprovechada por los ayatolas para derrocar al Sha e imponer su república teocrática. Después lo ridiculizaron con la toma de rehenes en la embajada y la fallida operación militar de rescate.

Pero Carter tiene dos momentos estelares en política internacional. El primero de ellos fueron los Acuerdos de Camp David donde Anwar Sadat y Menhem Begin firmaron la paz entre Egipto e Israel, rompiendo el frentismo árabe y cambiando la geometría política de Oriente Próximo. Le costaría la vida a Sadat, tal como los descendientes directos de esos pactos, los acuerdos de Oslo, se la cobraron a Isaac Rabin más tarde. El segundo hito fueron los acuerdos Carter-Torrijos que supuso la devolución del control del Canal a la República de Panamá. Entonces Carter convocó a todos los presidente de Iberoamérica a Washington y hasta conversó con Pinochet.

No es difícil pensar que, sin la obsesión del gobierno de Carter por los derechos humanos, los militares chilenos, los argentinos y los brasileños habrían tenido muchas menos restricciones para perpetrar sus atrocidades. Tampoco es difícil pensar que sin Carter, los titubeantes pasos iniciales de las fuerzas democratizadoras en España habrían sido muchísimo más difíciles.

Carter fue un presidente fundamental para limpiar el sistema político estadounidense de la mala conciencia del nixonismo. No es fácil entender, desde lejos, el daño que las mentiras de Nixon hicieron en una sociedad que, en el fondo, era (y es) profundamente religiosa. Con su ingenuidad y sus valores, Carter logró reparar esa crisis de confianza. Podría decirse que esa fue la última vez que una sociedad como la norteamericana recuperó la fe en sus políticos. Más tarde, con Clinton, eso ya no volvería a suceder y el cinismo se instalaría entre los votantes. Y a partir de ahí, ahora cada uno elige su propia verdad.