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Columna de Luis Ruz: “Democracia y crecimiento económico: una relación necesaria para el desarrollo”

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Pauta
POR Equipo Radio Pauta |

Iniciamos un nuevo año de elecciones. Elegiremos un nuevo inquilino(a) de La Moneda y una nueva legislatura para el Parlamento. Y también será una nueva ocasión para discutir sobre el país. Es una oportunidad que ofrece toda democracia para revisar el camino andado y repensar el que viene. Esa es una de las virtudes de la política. Siempre concede un nuevo momento para discutir acerca del pasado, el presente y, obviamente, sobre el futuro.

Entre las problemáticas de la agenda pública, una cuestión que preocupa a muchos es la marcha de la economía que, junto con la seguridad, impactan en el desempeño del actual gobierno y del que vendrá. Por cierto, todos entendemos que en la modernidad la política no se comprende sin la economía. Entonces, nuevamente, se nos presenta una pregunta de “Perogrullo”: ¿es importante el crecimiento económico para el funcionamiento democrático? Sí, y mucho.

Esta reflexión debe comenzar por reconocer que Chile lleva varios años de estancamiento económico. Según el Banco Mundial, durante la última década, hemos tenido un crecimiento promedio del 2%, situación agravada con la contracción de la productividad, afectando de esta forma a los empleos y las remuneraciones.

El contraste con la etapa post dictadura se ha hecho evidente. Más allá de los pendientes, los gobiernos de la transición democrática fueron responsables de un periodo notable en materia económica. Las estadísticas nos recuerdan que hubo una significativa reducción de la pobreza, una política de promoción del empleo y el impulso de la actividad productiva que se diversificó y multiplicó. Sin embargo, extraviamos ese camino y entramos a un túnel de incertidumbre que nos ha conducido a un rendimiento económico mediocre. Las razones pueden ser diversas, pero lo relevante es concentrase en cómo superamos esta situación.

¿Y qué podemos hacer? La tarea es concreta. Volver a promover una discusión política de calidad que favorezca el diálogo y los acuerdos para incentivar dos cuestiones centrales: en lo político, una mejor gobernabilidad y, en lo económico, más ahorro, inversión y crecimiento. Desde lo práctico, esto significa volver a “encender todos los motores”. Aquello implica afianzar la asociación pública-privada; reducir los permisos y los trámites burocráticos a lo estrictamente necesario y generar condiciones de seguridad en todos los niveles y ámbitos. Hemos dado algunos pasos en esta dirección, pero aún es insuficiente.

En este sentido, recientemente, el ex Pdte. Eduardo Frei precisamente señaló que debemos volver a discutir sobre el desarrollo de Chile. En su presentación en Icare, dijo tres cuestiones interesantes como diagnóstico para una discusión urgente: El deterioro de la política que impide la gobernabilidad y los acuerdos; El deterioro de las instituciones que ralentizan las decisiones estratégicas para el desarrollo; Y la falta de acción para sacar al país del marasmo. Para recuperar el camino, planteó que debemos “consolidarnos como una economía multiexportadora”.

Para esta tarea es necesario que volvamos a levantar la cabeza. Tenemos la oportunidad que nos brinda esta época que está marcada por el desarrollo tecnológico y la revolución energética. Como se ha dicho, Chile posee lo que el mundo requiere para avanzar en esta nueva “revolución”. El conjunto de cobre más litio y más hidrógeno verde es una llave que nos abre oportunidades que debemos aprovechar.

Pero como todo desafío nacional, este exige el concurso de “todos”. El desarrollo demanda a los líderes políticos ideas claras y convicciones firmes para adoptar las decisiones orientadas en esa dirección. Y también líderes del sector privado que estén alineados con un desarrollo en todo sentido y alcance. El camino al progreso implica rechazar cualquier respuesta “populista”. Acá no existen atajos y tampoco respuestas sencillas a problemas complejos como nos quieren hacer creer nuevos sectores más radicales de la política. Por el contrario, es la política democrática el instrumento para materializar el anhelado desarrollo de Chile. Un desarrollo que requiere crecimiento económico, pero pensado con todos y para todos.

Esta no es una discusión nueva. Ha cambiado el contexto y los actores, pero es un debate conocido. En un recordado y estudiado artículo, en 1959, Seymour Martin Lipset planteó una correlación que hasta hoy se utiliza para la discusión pública. Señaló lo siguiente: “que cuanto más próspera es una nación, mayores son sus posibilidades de mantener la democracia”. Desde su mirada, el desarrollo económico permite la democracia al fundar una base social y también material que facilita la participación política y la promoción de los derechos individuales. Si bien no se puede sostener que en todos los casos existe una relación causal, principalmente acudiendo a la evidencia de países como el nuestro, si se puede afirmar que ayuda a generar condiciones de base para la concreción y avance de este tipo de gobierno.

Ahora bien, ¿es posible consolidar nuestra democracia con los actuales problemas sociales y con un crecimiento económico mediocre? Obviamente, no. Por ende, el crecimiento económico es necesario para un gobierno democrático de mayor alcance. Por cierto, debe ser un crecimiento que se distribuya con ecuanimidad. No existe libertad si el “desarrollo” es para unos pocos privilegiados. Una sociedad desigual es un tapón para materializar una sociedad de progreso. Acá el desafío está en cumplir lo que recientemente ha publicado Josep Stiglitz en su libro “Camino de Libertad”. En éste explica que “la gente necesitaba la libertad de vivir sin necesidades”.

El crecimiento económico no es el único factor para mejorar nuestra democracia, pero, bajo criterios de justicia, es uno relevante porque permite sostenerla y ampliarla. Tal como refiere un viejo proverbio judío: “si no hay harina, no hay Torá. Si no hay Torá, no hay harina”. Este parece ser nuestro dilema público para este año de debates y elecciones.