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Columna de John Müller: “El sueño de Ratzinger”

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POR John Müller |

“Pero también porque la figura de Francisco está, de algún modo, incompleta. La razón es que todos sabemos que su papado no sólo surgió del cónclave de los cardenales de 2013, sino del sueño o de la imaginación de otro hombre, en concreto de Joseph Ratzinger, el teólogo europeo más importante de los últimos cien años”, afirma John Müller en su columna.

En muchos aspectos, Francisco fue un papa pionero. Jorge Mario Bergoglio fue el primer papa iberoamericano, el primero de la orden jesuita -tan penalizada en el papado de Juan Pablo II- y el primero en adoptar el nombre de Francisco.

Fue también el primero en casi seis siglos que no tuvo que compatibilizar su ascenso al papado con los funerales de su antecesor, porque éste prefirió jubilar antes de morir. También le dio al cargo una imagen menos formal y más llana al limpiarlo de ciertos oropeles. Sus respuestas a la prensa tuvieron mucho más impacto que sus encíclicas.

Francisco fue un papa muy político. Tomó partido por los pobres, por los inmigrantes, por la paz y por el cambio climático. Tuvo gestos aperturistas hacia los homosexuales y las mujeres. Sin embargo, no cambió la doctrina de la Iglesia Católica sobre el sacerdocio femenino, ni reconoció el matrimonio homosexual.

Acertó en Gaza pero se equivocó en Ucrania, al darle pábulo a las tesis de que la invasión de Putin era fruto de una provocación de Occidente. También se dio cuenta de que el mensaje eclesiástico no podía seguir unido a una cuestión socioeconómica en un planeta que hoy tiene el menor porcentaje de habitantes pobres de la historia. En una de sus famosas conferencias de prensa subrayó que, en realidad, por los que hay que condolerse es por los pobres de espíritu.

La mayoría de quienes están ensalzando su figura tras su muerte, recuerdan su cálida humanidad, su buena memoria, su generosidad y sencillez. Esto es lo que define a un pastor de hombres, pero no necesariamente a un reformador. Sin embargo, pese a su fortaleza a la hora de condenar los abusos sexuales cometidos en el seno de la Iglesia, nadie del pueblo llano es capaz de recordar qué cambios institucionales para evitar la pedofilia (a la que definió como una enfermedad) se hicieron gracias a Francisco y si las Conferencias Episcopales realmente los han aplicado.

Se sabe que se enfrentó a la influencia de la curia vaticana porque Benedicto XVI renunció al papado al considerar que un sucesor más joven podría lidiar más eficazmente con ella, pero la tarea de Bergoglio fue principalmente la de confirmar las decisiones que Ratzinger había tomado respecto del Instituto de Obras de la Religión (IOR o Banco Vaticano) o de los abusos de congregaciones que se habían hecho poderosas a la sombra de Juan Pablo II como los Legionarios de Cristo.

Pero se da la circunstancia de que entre los papas-pastores, la figura de Juan Pablo II, muerto en 2005, opaca a la de Francisco. La razón es que como cura polaco, Wojtyla era la némesis del comunismo del mismo modo que el gigante filisteo Goliat lo era de David, el pastor judío.

Pero también porque la figura de Francisco está, de algún modo, incompleta. La razón es que todos sabemos que su papado no sólo surgió del cónclave de los cardenales de 2013, sino del sueño o de la imaginación de otro hombre, en concreto de Joseph Ratzinger, el teólogo europeo más importante de los últimos cien años.

Benedicto XVI era un hombre con una visión estratégica de la Iglesia Católica tan amplia como la conciencia de sus propias limitaciones. Y fue su plan personal de apartarse del trono de San Pedro el que hizo Papa a Bergoglio.


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