La mente brillante y la obra luminosa de Gabriel Guarda
Arquitecto, historiador, escritor, docente, guía espiritual y monje benedictino. ¿Cómo pudo hacer tantas cosas y hacerlas tan bien? Discípulos y académicos lo describen y revelan.
Murió mientras dormía, en el silencio de su hogar: el Monasterio de los Benedictinos, en Las Condes. Su hogar, con todas sus letras, porque fue quien lo levantó como arquitecto, junto a Martín Correa, hermano y arquitecto benedictino como él, de la misma edad, y quien seguramente debe estar resintiendo su partida. Un hogar declarado Monumento Histórico Nacional y que con o sin ese título él habría cuidado como lo cuidó hasta el último día.
Es probable que el padre Gabriel Guarda (92) haya muerto tranquilo a causa de la edad. Solo un dolor de espalda lo había molestado días antes, cuenta el vicedecano de la Facultad de Arquitectura y Arte de la Universidad Del Desarrollo, Oscar Mackenney, quien lo había visitado hace no mucho.
Es probable que rezar es lo último que haya hecho Fernando Guarda Geywitz antes de entrar en el sueño definitivo. Nació con ese nombre, en Valdivia, en 1928, en medio de una familia católica.
Como benedictino, seguía la rutina de siete rezos diarios que comenzaban al alba y cerraban un día de estudio, escritura y lectura. Esta última, y la historia, le interesaron precozmente, desde que era un niño en el Instituto Salesiano de Valdivia.
En Santiago estuvo en el Internado Nacional Barros Arana, donde completó la enseñanza media. Y aunque estudió Arquitectura en la Universidad Católica, jamás abandonó la pulsión por conocer los orígenes de las sociedades. En ese camino se encontró con Guillermo Feliú Cruz, quien lo empujó a sistematizar sus intereses.
En 1953 publicó Historia de Valdivia: 1552-1952, donde da cuenta de su amor por sus tierras, como también su interés por el período colonial. Cinco años después de ese primer libro, no solo se titula de arquitecto, sino que toma también la determinación más relevante de su vida: ingresa a la Orden Benedictina. A partir de ahí, comienza a llamarse Gabriel.
Su pasión por la historia
Nuevamente nada lo distrae de la historia. Todo lo contrario. Su insistencia se traduce en más libros: títulos de historia religiosa, de historia urbana, de historia arquitectónica, de historia de los habitantes de Chile. El sur lo sigue fascinando y él investiga y escribe sobre los encomenderos de Chiloé, sobre las iglesias del archipiélago, sobre la madera con que se trabaja y construye. Escribe incluso sobre la obra de Joaquín Toesca, que conoce a la perfección una vez que le encomiendan la labor de restaurar el Monasterio de las Benedictinas en Rengo. Toda esta investigación se corona en 1984, cuando recibe el Premio Nacional de Historia.
“Gabriel Guarda fue a la historia de Chile de mediados del siglo XX lo que Barros Arana del siglo XIX”, asegura Carlos Maillet, arquitecto, alumno de él en la Católica y su discípulo. Considera, sin dudar, que La edad media en Chile es el libro imperdible de Guarda, de un total que supera fácilmente la treintena.
Maillet, quien estuvo con él hace siete días por última vez -y denota el pesar de la pérdida al otro lado del teléfono-, vivió durante cuatros años en el Monasterio de los Benedictinos, en Las Condes. Y lo reconoce como su maestro y guía espiritual. “Tenía cerca de treinta años cuando viví allí. Marcó mi determinación de hacer un magíster en Patrimonio Cultural”, cuenta el también director del Servicio Nacional del Patrimonio Cultural. Con igual cariño, recuerda cómo Gabriel Guarda debía poner toda su fuerza de voluntad frente a los kuchenes y chocolates del Calle Calle.
¿Cuál era el patrimonio que le interesaba a Guarda? Umberto Bonomo, doctor en Arquitectura y director del Centro del Patrimonio UC, entrega su respuesta a PAUTA. “El Padre Gabriel Guarda fue una persona muy culta, erudita, que se dedicó toda su vida a construir el patrimonio de Chile. No construir solamente en obras, sino que mediante sus investigaciones exhaustivas sobre la cultura campesina, las casas coloniales, los fuertes. Ese trabajo minucioso de investigación ha contribuido a construir partes importantes de la historia y del patrimonio de Chile”.
Maillet refuerza la idea de Guarda como un hombre apegado al conocimiento. No solo dedicaba largas horas diarias a estudiar historia y arquitectura, sino también filosofía. Un ritmo de estudio, rezo y dedicación al monasterio fiel a la cultura benedictina. “Los benedictinos son muy vanguardistas y Gabriel Guarda lo era. Concentran toda la cultura occidental en un espacio -el monasterio- donde estudian, comen, duermen, rezan. Los monasterios son la base de lo que es la universidad; espacios donde es relevante la filosofía, la música, la historia del arte, la naturaleza, la teología y la liturgia. Son un resguardo de la cultura occidental desde la caída de Roma. Desde ahí, Gabriel Guarda era un gran intelectual, dueño de un gran espíritu crítico, le gustaba mucho conversar”, recuerda.
Su obra maestra
“Se nos ha ido un gran arquitecto, autor junto al hermano Martín Correa, de una de las obras más emblemáticas no solo de la arquitectura moderna de Chile, sino universal: la capilla Benedictina en Las Condes. Es una pieza clave de la arquitectura religiosa del siglo XX”, dice el presidente del Colegio de Arquitectos, Humberto Eliash, desde Montevideo, donde lo pilló la noticia.
La capilla del Monasterio Benedictino de Las Condes fue levantada entre 1962 y 1964 por los entonces dos jóvenes monjes arquitectos. Maillet destaca el carácter pulcro, luminoso y austero de la obra, como reflejo de los valores de la orden.
Coincide con él Mackenney, quien también se muestra conmovido por su muerte y por su obra. Una que, hace unas semanas, recibió por primera vez el reconocimiento de la Fundación Getty –que se dedica a la filantropía mundial en el área artística–, y que otorgó un fondo de su programa “Keeping it Modern“. Con esos recursos es que Mackenney y su equipo han estado trabajando en un manual de conservación y mantenimiento para esta iglesia que fue declarada Monumento Histórico Nacional en 1981.
“Hay oficinas muy grandes que hacen muchas obras y tú recuerdas a un arquitecto y una obra. Esto (los Benedictinos) es el encargo más importante que recibe un sacerdote: hacer su propia casa, su propio dormitorio, su propia biblioteca. Nunca dejó de ser arquitecto, pero se dedicó a su misma obra toda la vida. Todas las cosas que hay dentro y fuera del monasterio son consecuencia de su obra. Lo que él hizo como obra desde 1962 hasta la madrugada de hoy (viernes 23) fue su capilla”, dice Mackenney.