Dos apellidos que llenan de medallas a Chile
Títulos mundiales, medallas continentales y el éxito como único objetivo. Miranda y Grimalt son dos dinastías que hace más de 10 años marcaron un antes y después en el alto rendimiento en Chile.
Corría 1995 y una idea cruzaba por la mente de Waldo Miranda Domel: construir, en un sitio eriazo de San Bernardo, una laguna artificial para que sus hijos pudieran dedicarse a practicar esquí náutico sin impedimentos. Lo tildaban de loco y ambicioso; le decían que las posibilidad de lograr con éxito la tarea eran remotas, pero no les hizo caso.
Fueron meses de arduo trabajo. Muy arduo trabajo. Tanto así, que en 90 días el lago ya era bautizado como “Los Morros”. El sueño de ver a Felipe, Rodrigo, Francisco y Tiare seguir en el deporte comenzaba a transformarse en realidad.
A pesar de que, tal como dijo en una entrevista el patriarca de los Miranda, le ofrecieron hasta US$ 20 millones por el lago, cuna de quienes se han convertido en los más destacados en la historia del esquí náutico en Chile, la respuesta siempre fue la misma: no se vende.
Ese mismo sentimiento comparte un clan que desde 1971 comenzó a declararse el apellido más importante en la historia del vóleibol en el país. Grimalt llevaban escrito en las camisetas quienes pertenecían a la generación de sus tíos (los primeros chilenos en jugar una fecha en el circuito mundial y los mejores a nivel nacional hasta la irrupción de Marco y Esteban), y transmitir el legado fue inevitable.
San Felipe albergaba en 2007 una de las fechas del circuito nacional, y el hermano de Esteban era uno de los participantes. Junto con su primo Marco se prestaban a presenciar el encuentro, pero un imprevisto les cambió la vida para siempre.
Faltaba una dupla para completar el cuadro principal, y como ambos estaban mirando, los invitaron. Al año siguiente decidieron ingresar al circuito. Obtuvieron grandes resultados y progresando más rápido que parejas con años en el alto rendimiento.
Aquel día en Los Andes cambió todo.
Son hermanos y son primos. Son más de 10 años en la competencia. Dos ven al agua como su hábitat natural, y dos acarician la arena como si fuera un tesoro. Unos se equilibran como nadie, y los otros desequilibran a cualquiera. El punto de encuentro entre el esquí náutico y el vóleibol playa se puede resumir en solo dos palabras: Miranda y Grimalt.
Cuando las categorías pasan a segundo plano
Solo 17 años fueron necesarios para el primer triunfo a nivel global del clan Miranda. Era 2003 y el primer lugar del Mundial Juvenil desarrollado en Los Morros se quedaba en casa. Felipe se quedaba con el oro en el mismo año en que su hermano Rodrigo se coronaba como el tercer mejor competidor en el Mundial sub 21 disputado en Chile.
Tres primeros puestos globales, dos segundos lugares, dos terceros y una cuarta plaza fueron solo algunos de los resultados que en el comienzo de su carrera los obligaba a continuar para demostrar que, a pesar de tener un campo de entrenamiento en su propio hogar, la constancia era una obligación.
Todo quedó demostrado ante el mundo en 2018. Con 63,8 metros en la definición, Rodrigo Miranda se coronó campeón planetario senior de salto, además de obtener las preseas de plata en figuras y overall.
Tal como ha sido a lo largo de los años, el éxito también alcanzó a su hermano Felipe, quien pasó a ser el chileno con más medallas en la historia de los Juegos Panamericanos: la primera presea llegó en 2007 en slalom, cuatro años después le seguirían dos bronces y una plata, en Guadalajara 2011. Un oro y un bronce en Toronto 2015, y la plata cosechada ahora en Lima 2019, siguen a la línea del triunfo que no busca otro camino que no fuera el del oro.
El camino trazado hace 40 años
Si en la década de los 70 el apellido Grimalt sonaba como una de las proyecciones del vóleibol en Chile, hoy es considerado sinónimo del deporte. Quien habla de golpes y técnica en la arena, no puede sino hablar de Marco y Esteban, una dupla que en 2011 cruzaba las fronteras para volverse grandes en el Open de Brasilia. No hubo títulos ni medallas, pero en la capital brasileña marcarían el punto de no retorno.
Dos años después, un bicampeonato en los Juegos Bolivarianos significaría el primer gran paso para el objetivo final: la clasificación a los Panamericanos de Toronto 2015. El ranking en ese entonces los ubicaba como la 22º mejor dupla del mundo, y en cancha debían definir el tercer puesto ante Cuba. Era un sueño y se quedó en eso.
El tiempo se encargó de permitirles una revancha, con más peso en sus espaldas. Con 23 medallas de oro, cuatro de plata y dos de bronce, todas entre el Circuito Sudamericano, campeonatos mundiales, copas continentales y Juegos Suramericanos, lograron cuatro años después un cambio en el marcador.
Un primer set para los chilenos por 21-12, y la segunda manga con un 21-14, les permitió derrotar a la dupla de Cuba, compuesta por Sergio González y Luis Reyes, para quedarse con un puesto en semifinales de Lima 2019.
El desafío siguiente era vencer a Michael Plantinga y Aaron Nusbaum, los canadiense a quienes derrotaron en fase de grupos. Y cumplieron. Minutos después, se dieron cuenta de que en el horizonte aparecía un último viejo conocido en la arena limeña: México.
La dupla nacional llegó hasta la Costa Verde para teñir de blanco, azul y rojo el gramado ante el binomio mexicano compuesto por Ontiveros y Virgen. El primer set fue fácil para los chilenos logrando el 21-19 en 18 minutos. Sin embargo, la ansiedad les jugó en contra en el segundo parcial. Con dos puntos de partido, los primos Grimalt se nublaron y cedieron terreno por 22-24. En la muerte súbita apareció el poderío de la mejor dupla de volley arena de los Panamericanos y con un avasallador 15-10 se colgaron una nueva medalla de oro para Chile.