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Las fallidas estrategias brasileña y argentina para controlar la violencia en los estadios

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POR Francisca Vargas |

Amedrentan a jugadores y dirigentes. Se relacionan con políticos. Todo por medio de la violencia.

No juegan, pero acaparan portadas. Dicen amar, pero causan daño. Se declaran incondicionales, pero abandonan. Gritan, saltan y lloran; pero también golpean, amedrentan y hacen llorar. Contradicciones a la vista del mundo, pero que definen el rol de las barras bravas en Sudamérica.

Si de fútbol se trata, hablar de los representantes de esas barras es poner en una esquina a Brasil y en la otra a Argentina. La mayor rivalidad en cancha del continente, el fútbol más competitivo, con los mejores jugadores de la historia. Y también lo otro: cuna del fenómeno de hinchas en la región a partir del siglo XX.

“Han constituido lazos con dirigentes, políticos y otras personas”, resume a PAUTA la investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) de Argentina, Verónica Moreira, quien ha indagado en sus comportamientos.

En esa misma línea, el editor jefe de deportes de Clarin, Julio Chiappetta, asegura que este vínculo se fortalece en época de elecciones, cuando esos barristas son utilizados por los políticos en los actos para presionar a sus contendores y a dirigentes opositores de los clubes, lo que dificulta erradicarlos.

Chiapetta recuerda el caso de Ariel Holan, hoy director técnico de Universidad Católica, quien llevó a juicio a Bebote Álvarez, jefe de la barra de Independiente, porque le reclamaba US$ 50 mil para ir al Mundial de Rusia. El barra brava del club estuvo preso.

¿Identidad cultural?

En Argentina, a comienzos de la década de 1920 los diarios comenzaron a utilizar el término “barras bravas” para referirse a grupos de personas que acudían a los estadios para más que solo disfrutar del deporte. Había un descontento social grande que se manifestaba a través de la violencia en esos espacios, documentan los especialistas.

Unos 20 años después, los torcedores surgieron en Brasil como una extensión de los clubes deportivos. A diferencia de los trasandinos, se identificaban con colores vivos y música fuerte, siguiendo el ejemplo de las escuelas de samba de Río de Janeiro.

En la década de 1960 aparecieron hinchas que empujaban por una renovación que los distinguiera de las generaciones anteriores, cuenta el doctor en ciencias sociales Bernardo Buarque de Hollanda, académico de la Pontificia Universidad Católica de Rio (Brasil). Esos hinchas cuestionaban a los clubes y a los tradicionales líderes de las barras. “Del apoyo incondicional, pasan a ejercer presión sobre jugadores y dirigentes”, dice.

El actuar, siempre violento, fue creciendo también en Argentina. Los hinchas eran protagonistas y afectados. Desde la Barra de la Goma (San Lorenzo) que en los partidos de local utilizaba las gomas de las bicicletas (atadas con alambre) para atacar a los hinchas rivales, hasta las pugnas entre barras como Los borrachos del tablón (River Plate) y La 12 (Boca Juniors). 

Violencia. A eso comenzó a reducirse todo. “Son el cáncer del fútbol argentino”, reflexiona Chiappetta, “porque están arraigadas en todos los clubes, ocupan un lugar especial, se dedican a robar, matar y protagonizar incidentes, alejando cada vez más a las familias de las canchas”.

El fracaso de la legislación argentina

Fue el domingo 16 de febrero, en Buenos Aires. Nueva Chicago y Temperley se enfrentaban en el torneo Primera Nacional de Argentina, cuando las cámaras de TyC Sports mostraron a barristas de Chicago con armas blancas en sus manos. Los árbitros debieron suspender momentáneamente el encuentro. 

Según los antecedentes recogidos por la prensa, el hijo del líder de la barra brava de Chicago apuñaló a una persona de 24 años en un aparente ajuste de cuentas entre facciones internas. Hubo dos heridos en total.

Pero este tipo de incidentes partieron mucho antes. El domingo 7 de abril 1985 murió el hincha Adrián Scassera (14 años), en el partido entre Independiente y Boca Juniors. Luego de ese episodio se promulgó la primera legislación que buscó erradicar la violencia en los estadios, conocida como Ley De la Rúa (impulsada por el entonces senador y posterior presidente Fernando de la Rúa). Fue insuficiente.

De acuerdo con el sociólogo Alejandro Villanueva, especialista en estudios sociales del deporte de la Universidad Nacional de Colombia, el fenómeno de las barras bravas en Argentina “se salió de todo control”. A su juicio, el programa de seguridad en los estadios argentinos, a cargo de Guillermo Madero, ha fracasado en la práctica, y esto se refleja en que “sus estadísticas son muy acomodadas a las políticas de gobierno (de Mauricio Macri), y poco aplicadas a las realidades culturales”.

De acuerdo con la organización sin fines de lucro Salvemos al fútbol, desde 1922 a diciembre de 2018 murieron 332 personas por incidentes relacionados con violencia en este deporte. Solo durante febrero hubo ocho episodios violentos en partidos, con un muerto en Bahía Blanca. 

En esa misma línea, el investigador colombiano enfatiza que el fracaso se debe a la falta de iniciativa por parte de las autoridades. “El gobierno argentino ha instrumentalizado las barras como un sector en el que consigue una importante cantidad de votos”, cuenta. Es una razón poderosa por la cual las medidas no se aplicarían con el rigor suficiente.

“La ley existe, lo que pasa es que no se aplica porque la justicia no existe, porque no hay unidades de fiscales en cada uno de los estadios, y porque estos delincuentes trabajan para los políticos”, añade Julio Chiappetta.

Las “torcidas organizadas”

Sábado 16 de julio de 2016, Rio de Janeiro. Hubo una convocatoria por redes sociales no para el partido entre Flamengo y Botafogo, sino para una contienda previa entre ambas barras bravasThiago da Silva França (31), uno de los torcedores de Botafogo, fue golpeado hasta morir.

El hincha de 31 años, fue indentificado como Thiago da Silva França, era un barra brava del Botafogo. Créditos: americatv.com.pe
El hincha de 31 años, indentificado como Thiago da Silva França, era del Botafogo. Créditos: americatv.com.pe

Ese año, en total, hubo 13 muertes asociadas con las barras bravas. Si bien la ley parece cumplir en el estadio, fuera de este tal como señala Buarque, el fenómeno “continúa fuera de control, con un crecimiento en el número de muertes luego de los enfrentamientos entre las hinchadas”.

Si bien desde 2003 está vigente el “Estatuto del torcedor“, que habla sobre los derechos, deberes y castigos para las barras involucradas en estos hechos, la violencia se mantiene. La persecución de los barras bravas desde una perspectiva penal y represiva, y no social, dice el académico brasileño, impide que las políticas tengan el efecto esperado, porque no van a la raíz del problema.

“La mayoría de los barristas son jóvenes de sexo masculino, solteros, de entre 15 y 25 años de edad, que están en una fase de estudios o tienen trabajos esporádicos. Esto permite una dedicación mayor a ser parte de los torcedores que, recién cuando avanzan en edad, comienzan a ser algo menos violentos”, explica Buarque.

Presión incontrolable

El escenario era el siguiente: 2014 y Corinthians estaba lejos del buen rendimiento de antaño. Los torcedores estaban furiosos. Se organizaron y acudieron al centro de entrenamientos. Cortaron la malla metálica que protegía la cancha, entraron y amenazaron a los jugadores.

El caso del peruano Paolo Guerrero fue más grave. Los hinchas cayeron sobre él, y de acuerdo con el periódico Folha de Sao Paulo, incluso intentaron estrangularlo.

Las medidas de seguridad del complejo fueron vulneradas y los jugadores debieron resguardarse. Créditos: www.uol.com.br
Las medidas de seguridad fueron vulneradas y los jugadores debieron resguardarse. Créditos: www.uol.com.br

Bernardo Buarque asegura que, a pesar de existir una fuerte movilización por parte de las autoridades, erradicar a las barras bravas es difícil “porque los elementos estructurales de la violencia permanecen muy fuertes en la sociedad, especialmente en la juventud brasileña”.

Para Villanueva, sin embargo, todo es mucho más claro: lo realizado con el fútbol es un fracaso político. Las medidas se han tomado luego de los incidentes, y muy pocas veces de manera preventiva.

Al menos hay intentos por incrementar el control y vencer a la violencia. Uno de los más recientes fue la creación de una app de reconocimiento facial, que permitiría a las autoridades saber si el hincha tenía prohibición de ingresar al estadio, cuenta Villanueva. Pero no funcionó. El problema no fue tecnológico, sino basante peor: los mismos hinchas impedían que se les tomaran fotografías. Y ellos mandan.