Supercopa: fútbol y un nuevo bochorno
“Es triste constatar el fracaso absoluto de todas las políticas públicas generadas desde hace casi 30 años por frenar la violencia”, señala Fernando A. Tapia sobre los hechos ocurridos el fin de semana.
La final de la Supercopa en el estadio Ester Roa Rebolledo de Concepción entre Colo Colo y Universidad Católica era una oportunidad de comenzar con el pie derecho una nueva temporada del fútbol chileno. En la cancha estuvieron por lejos los dos mejores equipos del torneo local, reviviendo la disputa protagonizada en el campeonato anterior.
El equipo albo ganó con justicia el primer título del año, con una marcada superioridad a lo largo del partido. Resultado de un trabajo que ya el 2021 lo tuvo cerca de una nueva estrella, y que ahora ha consolidado con refuerzos calados y una pretemporada de alta exigencia -con partidos bravos ante Boca Juniors y la Universidad de Chile- que le permitieron llegar en un ritmo de competencia muy superior al del actual campeón del fútbol chileno que, por contrapartida, extrañamente se ha mostrado soso en materia de incorporaciones y con amistosos de preparación que no estuvieron a la altura de lo que se espera de la institución más sólida del país.
Nada puede ser tan definitivo con apenas un partido, pero la sensación que queda tras la final de la Supercopa es que Colo Colo comenzará el campeonato con el rótulo de máximo favorito. Ha logrado tener un plantel con competencia interna en todas las posiciones, lo que naturalmente eleva el nivel de todos los futbolistas que deberán luchar el doble por la titularidad, y físicamente arrancará en otro ritmo en relación con sus máximos rivales.
En la banca, la experiencia de Gustavo Quinteros volvió a marcar la diferencia, ganándole otra vez el duelo táctico a su colega cruzado, Cristián Paulucci, tal como aconteció en el partido de octubre pasado en el Monumental, cuando Colo Colo parecía probarse la corona luego de su triunfo agónico ante la UC. Esta vez, eso sí, la diferencia futbolística fue muy marcada a favor de los albos, estableciendo una superioridad que hacía mucho rato no se observaba en relación con la Universidad Católica.
Partí por acá, porque en definitiva lo que nos convoca originalmente es el fútbol y el espectáculo deportivo. Y ciertamente porque es justo hacer un esfuerzo por valorar la gestión deportiva del equipo albo, que de un año a otro, ha pasado del infierno al cielo. Sin embargo, la realidad marcó que el título, el juego y lo que vimos en la cancha quedó en un absoluto segundo plano debido a los graves incidentes ocurridos en las tribunas, y que obligó al juez del partido a mantener las acciones suspendidas por casi media hora. Delincuentes disfrazados de hinchas opacaron todo, generando millonarios destrozos en el estadio. Se lanzaron fuegos artificiales de manera directa a las personas, sin mediar consideración alguna por la presencia de niños y familias que asistieron con la ilusión de ver un espectáculo de calidad y de pronto se vieron en medio de un campo de batalla en la que se puso en riesgo la vida de inocentes.
Es triste constatar el fracaso absoluto de todas las políticas públicas generadas desde hace casi 30 años por frenar la violencia en los recintos deportivos. Se han redactado leyes, endurecido las penas para los infractores y hasta se creó un plan gubernamental llamado Estadio Seguro (2011) que hasta ahora ha sido un absoluto fiasco. Una instancia que ha servido de poco, salvo para entregar cuotas de poder a operadores políticos de los gobiernos de turno. A esta altura una oficina que no tiene sentido seguir financiando con recursos públicos en tanto siga sin tener capacidad real para fiscalizar y sancionar, al margen de lo que dictaminen los tribunales cuando ocurre el milagro de que alguno de los delincuentes es procesado. Porque no hay ley que funcione si sólo se queda en la letra, que es lo que ha sucedido hasta ahora con la legislación que aborda el fenómeno, denominada desde 2015 como ley de derechos y deberes en los espectáculos del fútbol profesional.
Sin embargo en esta materia no sólo el estado ha fracaso en su obligación de mantener el orden en espacios públicos, sino que especialmente la ANFP, el organismo encargado primeramente de fiscalizar a sus socios (los clubes) de que cumplan con las normativas y asuman su responsabilidades. Es en estas circunstancias que las Sociedades Anónimas Deportivas, que en su mayoría controlan a las instituciones, se desentienden que en Chile el fútbol es una actividad privada. De hecho la ley obliga a los organizadores del espectáculo a cumplir con un cuaderno de cargos donde no sólo se obliga a cada institución a tener un jefe de seguridad, sino que también asegurar la presencia de guardias privados (idóneos según establece la norma) y a la implementación de tecnología para la identificación de los vándalos que provoquen desórdenes y que impida el ingreso de armas a los recintos deportivos.
Ciertamente todo esto requiere de millonarias inversiones que hasta ahora los clubes no han cumplido, con la absoluta complicidad de la dirigencia máxima del fútbol. Para ellos todo esto es un costo que haría más inviable aún sus economías, las que producto de malas gestiones, apenas sobreviven para financiar los planteles. Sin ir más lejos, la Supercopa es un evento cuyo organizador es la propia ANFP. Visto lo ocurrido en Concepción con el máximo organismo del fútbol profesional como responsable del evento, ¿con qué cara fiscaliza a sus propios socios cuando ocurren hechos de violencia en los que se observan evidentes fallas en los protocolos? Un circulo vicioso del que está difícil salir.
Se dice que la violencia está instalada en la sociedad, y que el fútbol es simplemente reflejo de lo que sucede en calles y barrios. La falta de seguridad es ciertamente un problema país, pero ningún delincuente está más validado como el que actúa en los estadios, camuflado de hincha, y empoderado simplemente por el hecho de vestir una camiseta, en la falsa defensa de unos colores, que no es más que una burda excusa para seguir operando en torno a un negocio paralelo, cuyo botín son los recursos que provienen de los bolsillos de jugadores que han financiado sus acciones bajo amenaza o por conveniencia, o de dirigentes que a través de prebendas (como la entrega de entradas) buscan asegurar el respaldo de sus gestiones en las tribunas. Eso sin contar el tráfico de drogas que campea en los pasillos internos de los estadios, bajo el control de los líderes de las barras bravas.
Pero a no equivocarse. La gran mayoría de quienes asisten a los partidos son hinchas verdaderos. Incluso de quienes se instalan en los sectores de galería y alientan genuinamente a sus respectivos equipos. El problema está en que la mafia detrás de la delincuencia en los estadios ha tenido la capacidad de colarse entre ellos. El fenómeno, claro está, no es de fácil solución. El programa de gobierno del Presidente electo Gabriel Boric propone desarrollar el modelo de “barrismo social y comunitario”, con el objetivo de buscar la corresponsabilidad para combatir la violencia, bajo la premisa de trabajar con las barras y no contra ellas. En el papel suena perfecto, hasta bonito, porque es verdad que hay múltiples organizaciones de hinchas que se han convocado con el objetivo de recuperar espacios de participación que para ellos no contempló la ley de sociedades anónimas deportivas. Con ellos todo el diálogo y apoyo será un avance en la medida de que haya un compromiso real por desterrar a los delincuentes.
De alguna manera algo parecido intentó a fines de la década de los 90 el expresidente de la Universidad de Chile, el doctor René Orozco, que incluso entregó una casa a los líderes de la Barra para desarrollar un proyecto social denominado “Escuela libre Los de Abajo”. Es cierto que algo logró, como la posibilidad para que decenas de jóvenes barristas recibieran clases de nivelación de estudios y preparación para la entonces Prueba de Aptitud Académica (PAA). Pero el experimento terminó mal luego de que tras un enfrentamiento con Carabineros, barristas se parapetaran en la casona ubicada a metros del estadio nacional y desde allí atacaran a la fuerza policial. El resultado fue un allanamiento al lugar tras lo cual se constató un arsenal compuesto por revólveres, estoques, cuchillos y ganzúas. Por eso, mucho cuidado con seguir empoderando a grupos sin antes hacer el necesario filtro. Antes con los delincuentes disfrazados de hinchas, no queda otro camino que la tolerancia cero.
Fernando A. Tapia participa en Pauta de Juego, de Radio PAUTA, de lunes a viernes a partir de las 12:30 horas. Escúchelo por la 100.5 en Santiago, 99.1 en Antofagasta, y por la 96.7 en Valparaíso, Viña del Mar y Temuco, y véalo por el streaming en PAUTA.cl.