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Columna de Fernando A. Tapia: “De mal en peor”

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POR Francisco Gomez |

“No está entre sus prioridades la competencia, sino el negocio asociado al fútbol”, dice Fernando A. Tapia, sobre los dueños de los clubes y la mala calidad del espectáculo.

El clásico entre Universidad Católica y Colo Colo volvió a dejar a la vista de todos la crisis del fútbol chileno. Los dos equipos más poderosos del momento dieron un triste espectáculo en el Santa Laura. Un partido sin emociones, aburrido, desabrido, abúlico, carente de ritmo y con escasa actitud en varios de los jugadores en cancha. Quizás el marco de público también ayude a graficar el momento por el que atraviesa la actividad: poco más de 9 mil personas asistieron al estadio. Y pensar que hace menos de un década, esta clase de partidos se disputaron casi siempre a estadio lleno. Pero, hoy, múltiples factores atentan contra esa realidad. Sin duda lo más importante es la decadencia del espectáculo.

En Chile el fútbol se mantiene en caída libre debido a la desjerarquización de los planteles. Los equipos carecen de esas figuras que por sí solas atraían al público. Los nuevos dueños del fútbol, los que mandan e influyen, son especuladores financieros, representantes de futbolistas y prestamistas. No está entre sus prioridades la competencia, sino el negocio asociado al fútbol: la explotación de los derechos televisivos, los comerciales, los acuerdos publicitarios y la compra y venta de pases de jugadores. Lo que pase en la cancha queda en un segundo plano. La grave es que este panorama, al que se enfrentan derechamente varios clubes medianos y pequeños de nuestro país, también esté penetrando en los grandes, en aquellas instituciones que están llamadas a empujar el carro del desarrollo y el crecimiento de la industria.

Colo Colo y la UC, que el año pasado protagonizaron un partido de alto vuelo en el Monumental, un duelo que ilusionó con un paso hacia adelante, fueron incapaces hoy de mantener la vara un poco más alta. Después de todo, nada es casualidad: ambos conjuntos se despotenciaron en apenas meses y hoy tienen equipos que, comparados con planteles del pasado, son del montón. Los dirigentes parecen vivir en otro planeta. ¿A quién se le puede ocurrir cobrar 37 mil pesos por una tribuna andes en estos tiempos? Solo a tecnócratas que desde los escritorios trazan líneas de cálculos sin consciencia de que no existe partido alguno en Chile que valga ese precio. Hay que poner los pies en la tierra, y de una buena vez, pensar que no todo puede ser negocio.

Hay también problemas futbolísticos. Porque, pese a este escenario, con lo que había en cancha, había materia para jugar mejor o, al menos, brindar un mejor espectáculo. El miedo a perder cada vez se impone más al deseo de ganar. El costo de la derrota es demasiado alto, medido en millones de pesos, y también en las consecuencias deportivas asociadas al tropiezo en un clásico. Los entrenadores prefieren asegurar el cargo, porque una caída en un partido de esta envergadura puede dejar heridas mortales, y ellos, lo saben mejor que nadie, son conscientes que siempre hay nuevos candidatos para suplirlos en caso de una crisis, nombres preparados en carpetas por los mismos empresarios que influyen en la conformación de los planteles y en las listas de refuerzos. Porque, a fin de cuentas, de eso se trata el negocio, del constante movimiento del mercado de pases.

Dos días después del clásico entre cruzados y albos, el fútbol chileno sufrió otro golpe duro: la derrota de la selección chilena sub-17 ante Venezuela en el Sudamericano, y que dejó al equipo dirigido por Hernán Caputto al borde de la eliminación. De no mediar un milagro, la Roja quedará fuera del mundial de la categoría, lo que podría conformar un panorama desolador: la adulta masculina fuera de las dos últimas copas del mundo; la adulta femenina fuera de la cita máxima y sin entrenador definitivo; y la sub-20 eliminada con un resonante fracaso y sin presentar mayores opciones para el recambio.

Mientras todo esto sucede, el Presidente del fútbol chileno brilla por su ausencia y silencio. Pablo Milad desapareció de los medios. Quizás alentado por sus asesores, que dan cuenta que cada vez que habla empeora las cosas. Quizás porque se niega a asumir el fiasco deportivo y las consecuencias políticas de su gestión. O porque quizás, como lo dijo alguna vez, no sienta que el fútbol chileno esté en crisis y siga en la burbuja del cargo. Así como están las cosas, vamos de mal en peor.