Columna de Fernando A. Tapia: “La venganza de Clinton”
“Dicen que la venganza es un plato que se sirve frío. Doce años esperó Clinton para, ahora sí, disfrutar la dulce venganza”, señaló Fernando A. Tapia.
Algo de razón tenía el otrora poderoso presidente de la FIFA, Joseph Blatter, cuando declaró, estando ya fuera del poder en el fútbol, que de haber sido designado Estados Unidos como sede del Mundial de 2022, muy probablemente el mundo directivo habría seguido su curso normal. Una manera elegante de decir que los delincuentes que operaron durante décadas robando y aceptando coimas, podrían haber seguido haciéndolo, porque la fuerte estructura que los cobijaba sólo pudo ser derribada luego de la decidida acción del FBI.
Han pasado más de 12 años desde que el Comité Ejecutivo de la FIFA, ese grupo selecto de 22 hombres de finos y elegantes trajes negros decidió en Zurich que la Copa del Mundo se iba a realizar en Qatar, y no en la tierra del Tío Sam.
Aquel 2 de diciembre de 2010, la delegación estadounidense fue encabezada por el expresidente Bill Clinton, cuyo rostro de asombro y perplejidad recorrió el planeta cuando el propio Blatter abrió el sobre con el país designado. 14 votos a favor de Qatar; 8 por Estados Unidos.
El país más poderoso del mundo era derrotado ante el asombro generalizado de la audiencia. Clinton no ocultó su molestia por lo que consideró una traición, y esa misma noche prometió que las cosas no iban a quedar así. Según el desaparecido periodista escocés, Andrew Jennings, un cazador de dirigentes corruptos en el mundo del deporte, ese día quedó resuelto el futuro de la hasta entonces poderosa estructura de la FIFA. Sólo había que esperar el momento de la venganza. Y ésta comenzó a organizarse pocas semanas después de la afrenta. Fueron casi cinco años de investigación reservada, que vio sus frutos el 27 de mayo de 2015, también en Zurich.
Ese día estalló el caso FIFA, una investigación de la Fiscalía de Nueva York, que a la postre llevó a juicio a 16 de los 22 miembros del famoso comité ejecutivo que había resuelto que el mundial se jugaría en Qatar. Fue el propio Blatter el que tiempo después dijo que quizás habían llegado muy lejos despertando la furia de Estados Unidos. Pero la deuda no se iba a pagar sólo con sacar de escena a una casta directiva añosa y corrupta. El fútbol tendría que resarcir a la potencia, y eso es lo que hoy observamos con más claridad. En los próximos tres años el deporte del balón estará concentrado en ese país. Ya la FIFA había iniciado el pago de la deuda con la designación de Estados Unidos como sede del mundial de 2026. Sumaron a Canadá y a México, como para que no se note tanto, pero la realidad es que la mayor parte del torneo se disputará en territorio estadounidense.
La Concacaf y la Conmebol, las confederaciones donde abundaron dirigentes corruptos, estaban después en la fila de acreedores. Y así entonces, Estados Unidos tendrá tres años de competencias del más alto nivel. A saber: la Copa de Oro 2023; la Copa América 2024; la Copa de Oro femenina 2024; el Mundial de clubes de 2025; para rematar con el Mundial de 2026. Por si fuera poco, y aunque no es parte de la deuda que está saldando el fútbol, los Juegos Olímpicos también volverán a Estados Unidos el 2028, a la ciudad de Los Ángeles.
Nadie puede discutir la capacidad organizativa de los americanos del norte. Mucho menos su fortaleza económica. Pero nunca es bueno tanta concentración. Dicen que la venganza es un plato que se sirve frío. Doce años esperó Clinton para, ahora sí, disfrutar la dulce venganza.