Columna de Fernando Tapia: “La Agonía de la Segunda”
“Por eso, la rebelión de los 14 clubes a partir de un recurso ante la justicia, asomó como una posibilidad de que desde afuera, se imponga una solución obligando a la ANFP y a las instituciones de la Primera División y la Primera B a repartir la torta económica”, afirmó Fernando Agustín Tapia.
¿Qué hacer con la Segunda División Profesional del fútbol chileno? Hasta ahora reina el caos y la anarquía.
Los estados financieros de la totalidad de los 14 clubes arrojan pérdidas millonarias y, lo que es peor, la unidad que exhibieron hace algunas semanas al recurrir conjuntamente ante la justicia para exigir de la ANFP voz y voto en el Consejo de Presidentes y, especialmente, apoyo económico, se ha quebrado por reyertas internas para encarar una crisis que asoma como terminal.
Partamos recordando que el campeón en cancha, Deportes Melipilla, podría perder el ansiado ascenso a la Primera B, debido a una denuncia interpuesta por Deportes Concepción, por posibles impagos de cotizaciones previsionales de sus jugadores, a los que se sumó luego otra acusación de la Unidad de Control Financiero de la ANFP.
Una vez más el fútbol escritorio en su máxima expresión, como ya estamos mal habituados en esta división. Todo muy al estilo de los nuevos dueños del fútbol, capaces de arrancarse los ojos, recurriendo a verdaderos investigadores privados para encontrar el error del rival, y así desplazarlo de la tabla a partir de sanciones administrativas, aprovechando la impávida e ineficiente fiscalización de la misma ANFP.
Quizás la respuesta de todo el desorden esté en el origen de esta división, una idea surgida en los tiempos grises de Jadue a la cabeza del fútbol chileno, y que siguiendo los consejos de sus aliados políticos en el Consejo de Clubes, especialmente de aquéllos que peligraban con el descenso, inventó en 2011 esta categoría supuestamente profesional con el objeto que las instituciones no perdiesen los pases de sus jugadores al caer al fútbol amateur.
Fue en los hechos una medida administrativa que se impuso como salvataje para no perder los derechos federativos y económicos de los futbolistas. Pese a que se habló de una nueva división profesional, no se le otorgó voz ni voto en la asamblea de Presidentes de la ANFP, ni mucho menos derecho a participar del reparto de los dineros provenientes, por ejemplo, de la televisión.
Desde entonces los clubes de esta división arrojan grandes pérdidas económicas. Esto pese a que en la última temporada lograron alguna visibilidad e ingresos a partir de las transmisiones por intermedio de la plataforma Liga2B, dineros que sin embargo no alcanzan para subsanar las pérdidas acumuladas.
Por eso, la rebelión de los 14 clubes a partir de un recurso ante la justicia, asomó como una posibilidad de que desde afuera, se imponga una solución obligando a la ANFP y a las instituciones de la Primera División y la Primera B a repartir la torta económica.
Estaban en eso, unidos, cuando en estos días, siete equipos propusieron una transformación radical de la categoría, para hacerla más viable, transformándola en un campeonato Sub 23. La idea provocó el inmediato rechazo de la mitad de las instituciones de la división, y sobretodo del SIFUP, que ve en esta medida el peligro de que cerca de 300 jugadores queden sin posibilidad de contrato.
Es decir, las fuerzas totalmente divididas para enfrentar un reclamo de fondo que aparece justo y necesario. Está más que claro que esta fragmentación, junto con la pelea pendiente entre Melipilla y Concepción en el escritorio, no hacen sino profundizar la crisis y hacen más dolorosa la agonía de una división que bien poco de profesional tiene.