Columna de Fernando Tapia: “Industria fallida”

“La falta de planificación aquí es el pecado capital. Lo peor es que a los dirigentes parece no incomodar que el torneo entre nuevamente en el círculo vicioso de las suspensiones”, sostiene Fernando Agustín Tapia.
La cifra es impactante: con la suspensión del clásico de Universidad Católica y Colo Colo, anunciada apenas tres días después de la postergación del duelo de Unión Española con la “U”, ya suman 11 los compromisos de la competencia profesional, incluyendo Copa Chile y encuentros de la Segunda División, que han tenido que ser cancelados en lo que va corrido de la temporada.
De hecho el partido que daba el puntapié al año 2025, la final de la Supercopa entre albos y azules, y que debió realizarse en enero, ni siquiera tiene fecha probable para su disputa.
Las paupérrimas condiciones de la cancha del estadio Santa Laura, sometida a arreglos en plena competencia, motivaron la decisión de la ANFP en los últimos casos.
Simplemente inaceptable. La falta de planificación aquí es el pecado capital. Lo peor es que a los dirigentes parece no incomodar que el torneo entre nuevamente en el círculo vicioso de las suspensiones.
A esta altura tenemos claro el diagnóstico. El fútbol chileno atraviesa una crisis sin precedentes cuyos motivos más profundos están precisamente en la escasa profesionalización de sus cuadros directivos, la improvisación permanente de sus acciones y, especialmente, en cómo los intereses económicos son puestos siempre por sobre los aspectos deportivos.
Las bases del campeonato le permiten al directorio de la ANFP fijar un estadio en caso que un equipo que debe ser local no disponga de un recinto para jugar su compromiso. Pero la inoperancia, o la falta de carácter y valentía de quienes hoy están a la cabeza hacen que eso sea letra muerta.
Todo es cálculo, no vaya a ser cosa que después no estén los votos para seguir al mando. Estamos en un zapato chino, en un problema que no tiene solución desde adentro.
El Consejo de Presidentes de la ANFP, la instancia de máximo poder, está controlado por ya muchos dueños de clubes a los que el inmovilismo le es cómodo para seguir haciendo sus negocios de corto plazo, sin reparo ni mucho menos cargo de consciencia por el daño profundo que le están provocando a la actividad.
Ni hablar el autogol que significa seguir mermando la relación que los clubes tienen con su principal socio comercial, el canal dueño de los derechos de televisión, y que constata semana a semana la desidia con que se suspenden y postergan los partidos.
A los hinchas hay que hacerles un monumento, porque hay que ser muy fanático para soportar todas las incomodidades, la falta de seguridad en los estadios, el paupérrimo nivel de lo que se exhibe en cancha, y aún así mantener la fidelidad por una competencia cada vez menos atractiva.
Sólo la pasión lo explica, y quizás también de eso se aprovechan los dueños del fútbol, que saben que pese a que el producto que ofrecen es malo, el hincha va a seguir estando allí, porque no lo moviliza otra cosa que el amor a la camiseta.
Pero así como vamos no se puede seguir. El fútbol chileno, habrá que decirlo cuantas veces sea necesario, debe ser intervenido.
Aunque era previsible, es decepcionante constatar que la autoridad política no muestre sentido de urgencia para contribuir a la apertura de una ventana de solución, como se constata con la lenta tramitación de la reforma a la ley de sociedades anónimas deportivas en el Congreso.
Estamos en presencia de una industria fallida.