Inflación, recesión, convención: el puzle que deberá sortear Costa al mando del Banco Central
Con una credibilidad monetaria intacta, la economista enfrenta un escenario macro y político tan inédito como complejo para los próximos años.
El debut público de la economista Rosanna Costa a la cabeza del Banco Central fue contundente. El instituto emisor sumó un alza de la tasa de interés menor a la que esperaba el mercado y planteó una reducción de las expectativas de crecimiento de la economía en 2022 y 2023. Además, notificó que la alta inflación comenzaría a abatirse a fines de año.
A la nueva presidenta se le vio segura en sus actividades públicas. Al presentar el IPoM en el Senado, destacó que era la primera mujer en la historia en ese cargo, pidió que el debate constituyente tuviera “bordes”, arremetió contra los retiros desde las AFP, afirmó que el alza del salario mínimo agregaría “algunas décimas más de inflación” y que reducir la jornada laboral a 40 horas semanales va en la senda correcta, pero sus costos o beneficios dependerán de cómo se concrete esa medida.
Desde la presidencia, Costa deberá liderar una respuesta del Banco Central a una escenario muy distinto al de los últimos años, no solo en lo económico sino también en lo político. Hoy la entidad recibe críticas desde el mundo de izquierda que integra la coalición gobernante y está en el foco de la Convención Constitucional.
El debate de hacia dónde va la economía y qué tiene que hacer el Banco Central no hace más que comenzar.
Leyendo entre líneas
En el mercado leen entre líneas algunos datos del escenario presentado en el IPoM, especialmente la proyección de una inflación anual que cerraría el año en 5,6%. Esto implica una “caída demasiado rápida desde el peak de 10% en el segundo trimestre”, dice un analista. Dos o tres IPC negativos consecutivos a fines de año se requieren para que eso ocurra, algo que se ve difícil.
Pero incluso si esa proyección de inflación se cumple y en diciembre la economía está en recesión, como se anticipa, no parece lógico que la Tasa de Política Monetaria (TPM) se mantenga en torno a 7%, como se desprende de los datos del IPoM.
Una explicación para lo anterior es que el Banco Central tiene indicios de que la economía se encamina a un desplome en el segundo semestre, que podría llevar su desempeño anual bajo el rango previsto (entre 1%-2%). Una desaceleración más profunda arrastraría a la baja los precios, como ya se vio en la crisis subprime, sin necesidad de mover la tasa.
Como al organismo también le preocupa cuidar las expectativas, podría haber optado por acumular más información antes de rebajar dramáticamente la proyección de crecimiento. Con todo, señaló que la inversión y el consumo tendrán desempeños negativos y también sumó el riesgo de recesión para 2023.
La credibilidad, a salvo
La credibilidad del organismo en esta vuelta nuevamente salió fortalecida. Aunque esperaba una mayor alza de la tasa, el mercado le creyó al BC: bajaron las tasas en el mercado secundario, el peso se apreció levemente y -tal vez lo más importante- las expectativas inflacionarias también cayeron. No está toda la tarea hecha, pero parece bien encaminada.
En el mercado ven que en algún momento se deberá admitir que la inflación no volverá a la meta de 3% en 2024, sino recién en 2025, aunque inicialmente sea solo un supuesto de trabajo interno.
Y aunque al Banco Central le preocupa que los precios de mercado reflejen que la inflación a dos años es mayor de la que señala el IPoM (lo que se conoce como desanclaje), la lectura que tienen los analistas no apunta a corregirlo con alzas de tasas.
Por el contrario: dicen que no responde a una falta de credibilidad del organismo monetario, sino que esos precios están influidos por la incertidumbre que genera el debate constitucional. Más todavía con los cambios que se proponen a la estructura y funciones del Banco Central. Tampoco ayudan la probabilidad de mayor gasto fiscal y el riesgo de nuevos retiros desde las AFP.
Sintonía fina
Una de las principales tareas de Costa y de todo el consejo será mantener el espacio de maniobra del Banco Central y reaccionar rápido, como se ha hecho en los últimos años. Y usar todas las herramientas disponibles, incluso las medidas no convencionales y las intervenciones verbales. También ser especialmente finos en la comunicación hacia el mundo político y los públicos no especializados.
En lo macro, las fórmulas recientes no sirven. Cuando en la pandemia la economía se debilitó y la inflación estaba bajísima, se redujo la tasa al mínimo; pero se elevó rápidamente cuando hubo signos de sobrecalentamiento y la inflación comenzó a subir. Hacia adelante la inflación estará sobre la meta del BC, pero la actividad se irá debilitando: ya no podrá “matar dos pájaros de un tiro” ajustando la tasa de interés.
La decisión sobre qué hacer se complejiza: seguir subiendo la tasa a riesgo de profundizar la recesión no tiene sentido. Ahí está una de las razones de por qué ahora se subió 150 puntos base y no 200, y además se adelantó que los próximos movimientos serán más acotados. “No es cómodo entrar en recesión con tasas altas, pero es necesario para constribuir a un sano rebalanceo de la economía”, comentó un economista.