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Legion, The Good Place y el gusto de la diferencia

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Marvel/FX
POR Isabel Plant |

En un océano de series, hay producciones distintas o de estética diferente.

En este mundo tan polar y dividido de opiniones, en algo podemos estar de acuerdo: hay demasiadas series. No hay tiempo para verlas todas. Judd Apatow -el director y rey midas de la comedia gringa actual- contaba en su especial de stand-up para Netflix, que él y su mujer ya no saben qué series han visto y cuáles no. Son tantas y tan parecidas, y se consumen tan rápido, que pasan a formar una masa nubosa en el cerebro. A veces van en el tercer capítulo de algo, y se dan cuenta que ya la vieron. Consumo chatarra.

Por eso, cuando algo aparece en la pantalla chica y se siente nuevo, es como un golpe de oxígeno en el cerebro. Lo que pasó hace unos años con Les Revenants, la maravilla francesa en su primera temporada, o incluso pasaba al ver el primer capítulo de Game of Thrones y un niño era empujado sin clemencia por una ventana: pensábamos que sabíamos lo que venía pero en realidad no, y por lo mismo, se convirtió en una adicción.

Hoy, entre la madeja de series de doctores, policías, políticos, y, la última moda, adolescentes, hay dos que son distintas a todo. Y eso es un valor en sí mismo. 

Legion, cuya segunda temporada llega en abril por FOX Premium, es una serie de cómic, basada en uno de los personajes de los X-Men. Pero, alabado sea su creador Noah Hawley (el mismo de Fargo para TV), no se parece a una serie de superhéroes. O por lo menos no a las que habíamos visto hasta ahora, con sus paletas de colores oscuras, grises y verdes y sus guiones básicos. En Legion Dan Stevens es David Haller, un paciente que está en una institución mental diagnosticado con esquizofrenia. Pero en realidad es un mutante, y acompañado de otros como él, irá descubriendo sus verdaderos poderes y enemigos. Ya sólo en la entrega visual, Legion es distinta a todo: el uso de amarillos y rojos, la estética sesentera y a medida que avanzan los capítulos, hay incluso una coreografía y una secuencia musical que no se sienten ni extrañas ni insólitas, se sienten simplemente alucinantes. Legion es  un viaje, y se recibe bien porque no deja nada a medias tintas. 

En el caso de The Good Place, uno simplemente no puede creer que algún ejecutivo de traje y corbata en Hollywood haya aceptado llevar adelante este proyecto. Ya lleva dos temporadas (disponibles en Netflix), y sólo se ha vuelto más compleja en trama, pero más divertida también. Acá el centro es Eleanor (la siempre encantadora Kristin Bell), que muere y llega a una especie de cielo, diseñado por un arquitecto celestial, interpretado por Ted Danson. El problema es que Eleanor fue una pésima persona en vida -nos enteramos a través de flashbacks- y que está ahí por error. La historia entonces evoluciona a reflexiones morales, y mucha clase de Kant, sobre hacer el bien, el mal, qué es realmente lo que mueve a los humanos, y el sentido que se le da a cada decisión. Todo esto, claro, con un chiste de cultura pop por minuto, sarcasmo y harto corazón. Más de lo que entregan la gran mayoría de las series de comedia hoy.

Quizás Legion termine por exasperar a quienes disfruten más de una buena serie de detectives clásica -y ojalá británica o nórdica-, o hay quienes queden fuera de tanta referencia filosófica y nerd en The Good Place. Pero son únicas hoy, y eso se agradece.  Y quizás deberían ser faros en la TV de hoy: cuando hay tanto para ver, mejor mirar lo que no hemos visto antes.