Entretención

Un adelanto de la Ai Weiweimanía

Imagen principal
Corpartes
POR Isabel Plant |

Antes de que aterrice la primera muestra de la estrella del arte en nuestro país, se puede ver una de sus películas en el cine.

El mundo del arte contemporáneo tiene sus rockstars, amados y odiados por igual, que venden obras en muchos millones, causan polémica, discusión y arrastran también fanáticos en todo el globo. Un Jeff Koons, un Damien Hirst, una Yayoi Kusama o una Cindy Sherman, nombres que hoy son conocidos más allá de las paredes de los museos y galerías contemporáneos.

En ese espectro Ai Weiwei es de los nombres de recepción más pop, tanto por su influyente obra como por su biografía. El artista chino, hijo del poeta Ai Qing, fue exiliado junto con su familia en la niñez y juventud. Regresó a China y luego emigró a Estados Unidos en los años 80, donde comenzó a pasearse con una cámara fotográfica y a crear sus primeros objetos de arte. En los 90 volvió a su país y comenzó su ascenso en el mundo del arte, con esculturas, instalaciones y videos. Ai Weiwei se convirtió en uno de los artistas chinos de mayor renombre, en parte por estar en la oposición del régimen de su país, y verbalizarlo y plasmarlo en obras: un artista de resistencia, altamente mediático, que terminó apresado en 2011 por 81 días, y que ha sido borrado hasta de internet en China, adonde hoy no puede volver. Ha estado viviendo en Berlín, donde tiene su estudio, y dando la vuelta al mundo con sus trabajos que reflexionan sobre la libertad, la política y la lucha social, convertido en uno de los artistas visuales de mayor fama global.

Dropping a Han Dynasty Urn, 1995

El 18 de mayo se inaugurará en Chile, en Corpartes, la primera muestra de sus trabajos en el país, bajo el nombre de Inoculación. Hay fotografías y objetos, y dos de sus trabajos más emblemáticos -y que han dado la vuelta al mundo-, Semillas de girasol y Bicicletas Forever. Pero antes que Corpartes se replete nuevamente de visitantes esperando su foto para Instagram con una obra de Ai Weiwei -como ha pasado con las muestras de Yayoi Kusama, Yoko Ono o Iván Navarro en el mismo recinto-, se puede ver el último y aplaudido documental del artista chino en salas de cine locales.

La cadena Cine Hoyts estrenó de manera limitada Marea Humana, el documental de Ai Weiwei estrenado en 2017 en el Festival de Venecia. El artista se enfoca en la nueva ola de migraciones, la más masiva desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, que tiene a 65 millones de personas desplazadas. Mientras que la crisis de los refugiados llega a los medios y los titulares como casos particulares en distintas partes del globo, Ai Weiwei los une en un todo angustiante, una infinita  acumulación de vidas en el limbo territorial, viviendo en condiciones paupérrimas y esperando nada  tras huir del infierno. Desde los sirios e iraquíes que aplanan los caminos de tierra en Grecia, a los habitantes de campos de refugiados palestinos, a los rohingya acorralados en Myanmar, a caseríos improvisados en Kenia.

Puede que cada grupo tenga distintos motivos para dejar sus tierras, pero el desarraigo y sus consecuencias, el abandono social, las casas hechizas e insalubres, la vida en una maleta y un futuro difuso, parecieran ser universales, lo mismo que la ceguera o intransigencia de muchos países ante la envergadura del problema. La cámara de Ai Weiwei filma de manera hermosa lo triste, paseándose por arriba de estas ciudadelas limítrofes y apátridas, y siguiendo los movimientos de la masa como si fueran olas que se trasladan de manera casi infinita.

Hay un par de testimonios particulares que desgarran, como la mujer que resguardando su dignidad da una entrevista de espaldas a la cámara, pero cuando detalla su desesperada situación en un campamento, termina llorando y vomitando. Los únicos puntos débiles ocurren cuando el ego de Ai Weiwei se interpone entre los sujetos y la cámara; cuando él se vuelve protagonista de la toma. Pero son pocos momentos, y el resto es un vistazo desgarrador a uno de las grandes problemáticas del mundo moderno, mirando de cerca a sus protagonistas: no migrantes, ni refugiados, sino que seres humanos.