Gumucio escribe a Parra
En julio, Rafael Gumucio publicará su nuevo libro, Nicanor Parra: rey y mendigo, una biografía personal sobre el antipoeta.
Nicanor Parra, de 88 años, tenía los ojos perdidos en el océano, cuando pronunció una frase que a Rafael Gumucio le sonó única, rotunda. Los dos, junto al escritor Germán Marín, acababan de terminar de almorzar en el restaurant El Kaleuche, sobre la playa de El Tabo, a pocos kilómetros de la casa del poeta en Las Cruces. Luego habían caminado hacia unos roqueríos y, mientras conversaban, nombraron, quizás, a Pablo Neruda. Fue entonces cuando Parra, reflexivo, con el viento de octubre pegándole en la frente, dijo:
—Pablito, Pablito, no hay día en que no piense en Pablito.
Gumucio creyó que el poeta le había revelado un secreto. Que, por algún motivo, se había abierto frente a él. Pero poco después, leyendo un diario, entendió que no. Que Parra ya había dicho esas palabras, tal vez muchas veces. Que siempre las decía como si fuera la primera vez.
“Durante muchísimos años decía las mismas frases, en el mismo tono, a distintas personas. Eran fórmulas perfectamente ensayadas que, en el fondo, era facilísimo transcribir. Yo no necesitaba grabar nada. Me di cuenta de que transcribía lo que me acordaba, después leía una entrevista y decía exactamente lo mismo”.
El escritor Rafael Gumucio, de 48 años, cuenta esa anécdota sentado en su oficina de la Universidad Diego Portales, desde donde prepara sus clases y dirige el Instituto de Estudios Humorísticos. El nombre, cuenta, lo tomó del propio antipoeta, que solía referirse a los estudios humanísticos como “estudios humorísticos”.
Es el mediodía del último día de mayo, y la universidad ha sido tomada por estudiantes que exigen una educación no sexista. Han sido días agitados para Gumucio, quien ha provocado un revuelo mediático al decir que se trataba de movimientos de mujeres solteras, sin hijos ni demasiados problemas económicos. Su oficina está repleta de libros y cedés, y Gumucio explica por qué Parra se repetía tanto: cree que había inventado su propio personaje. Que tenía una máscara, que solo caía frente a sus más cercanos. En Nicanor Parra: rey y mendigo, el libro que publicará en julio por Ediciones UDP y que anuncia en exclusiva a PAUTA.cl, buscó, sobre todo, eso: entender cómo Parra construyó su máscara. Descubrir qué hombre se escondía detrás de ella.
“Cuando era joven, su personaje era distinto. Era un hombre extremadamente formal, cuidadoso de la forma, preocupado de no decir nada de más ni de menos. Después de muchos años se liberó, se chasconeó, se soltó. Sacó para afuera cosas que tenía contenidas, que estaban en su poesía, pero no en él. Antes era un profesor de ingeniería con corbata, que escribía poemas destructivos, guerreros, a pesar de que odiaba el conflicto”.
—¿Cómo era el Parra que conociste?
“Ya se había liberado y se habían unido estos dos personajes, pero pasaba algo. Uno conocía a un Parra hippie, despeinado, libre, pero el verdadero Parra era al revés: una persona que odiaba que la gente fumara y tomara, que era puntilloso con los horarios, con los cumplimientos de las formalidades. Ese era el Parra íntimo. Pasaba lo contrario que cuando un hombre de traje se toma un par de tragos y se vuelve salvaje. Nicanor se tomaba unos tragos y se volvía formal”.
—¿Por qué crees que usaba esa máscara?
“Como decía él, no se viven cien años sin bailar cueca. No se puede llegar a esa edad siendo tú mismo. En realidad, no es que no lo fuera, sino que se había impuesto un personaje que le permitía sobrevivir. Si se ponía a sentir lo que su vida había significado, los suicidios, las muertes, los horrores, las paranoias, no creo que hubiera podido. Quizás Parra había muerto muchas veces antes y lo que yo conocí era un sobreviviente”.
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Nicanor Parra quería conocerlo. Era 2002 y ese comentario le llegó de distintas personas. Le decían que al antipoeta le había llamado la atención una columna suya en The Clinic, en la que enfrentaba a Monseñor Jorge Medina. Entonces Gumucio organizó con Germán Marín el viaje a Las Cruces en que Parra, con los ojos hacia el agua, dijo esa frase que le sonó única. Después de ese encuentro vinieron muchos otros, unos dos por año, a los que solía ir acompañado de otros escritores y editores. Uno de ellos era Matías Rivas, director de publicaciones de Ediciones UDP, amigo de Parra y especialista en su obra. En 2004 Rivas había publicado la famosa traducción que Parra había hecho de Shakespeare, Lear, rey & mendigo, y en los años siguientes publicaría otros cinco libros del poeta. Sería, para Parra, su último editor.
Fue durante esas conversaciones de carretera, de ida hacia Las Cruces y de vuelta a Santiago, que se les ocurrió la idea de escribir un libro que revelara al Parra que ellos iban descubriendo. En 2015 Gumucio comenzó a trabajar en esa tarea inmensa: contar la vida del poeta más indescifrable de Chile. Para hacerlo visitó los lugares que trazaron su vida: San Fabián de Alico, Oxford, Lautaro, Estación Central, Nueva York, La Reina. Habló sobre Parra con quienes lo habían conocido. Leyó cada una de las entrevistas que le habían hecho. Tres años después, escribió la última frase de las casi quinientas páginas de Nicanor Parra: rey y mendigo.
“Existen otros libros de Parra que tienen valor, pero me parece que este es el más completo —dice Matías Rivas—. Es el que tiene más información y está escrito por una persona que conoció a Parra como amigo. En la escritura de Gumucio hay cariño, y a mí me interesa la mirada que viene desde ahí”.
La mirada de Gumucio reconstruyó una vida que duró un siglo y que, como todas las vidas, se vuelve esquiva cuando se la quiere contar con detalles. Hablando rápido, acelerado, dice:
“Es una memoria personal de mi relación con Parra y de la relación que mantuvo con mi generación de escritores. No pretende ser ‘la’ biografía, sino mostrar una versión de Parra. Mi versión”.
—¿Qué se puede decir de Parra que no esté dicho?
“El libro está escrito desde mi punto de vista, que no es nuevo, es mío. Me he dado cuenta de que conocer a Parra era ser parte de una historia y en el libro recreo esa historia. Antes de Parra yo no era tan chileno, era un escritor formado en Europa, que pensaba que la gracia de ser chileno era que aquí no había tradición, que no tenía que competir con Baudelaire, con Víctor Hugo o con Montaigne. Sentía que acá era todo nuevo y podía reinar sin dificultad. Parra me hizo descubrir que eso era falso. Que acá había una tradición, una cultura, y que yo tenía que ser parte o no, pero tenía que debatir con ella”.
Desde su primera visita, Gumucio conocía las normas que había que cumplir frente a Parra. No podía grabarlo. No podía hacerle más de dos o tres preguntas seguidas. Para no molestar al poeta, no podía parecer, de ninguna forma, que lo estaba entrevistando.
—¿Él supo que escribías un libro sobre él?
“No, pero él lo suponía siempre. Que todo el mundo estaba escribiendo. Parra no hablaba, dictaba. Parecía una conversación muy agradable y fácil, pero en el fondo era un dictado”.
—¿Sentías que no era totalmente natural?
“Al principio me impresionó lo horizontal que era conversar con él. En esa época ya era un mito de la cultura chilena, pero para mí era como conversar con un amigo. Después descubrí que no, que nunca dejó de ser un profesor, que en el fondo estaba haciendo clase”.
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1983, 13 años, padres exiliados. Gumucio vive en París desde hace una década y allí, en la biblioteca de su casa, encuentra un libro. Se publicó dos décadas antes, del otro lado del océano, en ese país del que ha escuchado hablar tanto, pero que todavía le resulta lejano. El libro es Versos de salón de Nicanor Parra.
En sus páginas lee, quizás, estos versos: “Durante medio siglo / la poesía fue / el paraíso del tonto solemne / Hasta que vine yo / y me instalé con mi montaña rusa”. O estos otros: “Ya no me queda nada por decir / todo lo que tenía que decir / ha sido dicho no sé cuántas veces”. El libro, dice Gumucio, lo descolocó. No entendió qué clase de hombre podía escribir versos como esos.
Luego volvió a Chile y, durante muchos años —muchos— no se interesó demasiado por Parra. Prefería leer, cuenta, a Pablo Neruda o a Enrique Lihn, aunque el antipoeta siempre se colaba, de alguna forma, en su vida. A veces era un verso que resonaba en la boca de otro, otras veces una noticia en el diario, una anécdota, un artefacto. Ahora, en su oficina, moviendo las piernas nerviosamente, dice que, en realidad, era evidente: que algún día se iban a encontrar. Entonces él dedicaría años a entender quién era el hombre que habitaba detrás de esa máscara.
Las páginas que escribía sobre él tenían una lectora atenta: la cronista Leila Guerriero, quien estuvo a cargo de la edición del libro. Ella, que ha editado otras obras para Ediciones UDP, conoció a Parra en 2011, cuando preparaba para El País “El aire del poeta”, un perfil esencial sobre el poeta de Las Cruces. Ahora, luego de haber terminado una tarea aún más ardua, cree que el valor del libro está en la agudeza de Gumucio para ver detrás de lo obvio.
“Lo que es súper interesante del libro es que la figura de Nicanor está evaluada en el contexto histórico, social y cultural de Chile de cada momento —dice Guerriero, desde Buenos Aires—. No es un libro reduccionista, sino que lo muestra en todas sus facetas”.
La edición de Guerriero fue minuciosa y tuvo un objetivo: convertir a Nicanor Parra: rey y mendigo en un libro obligatorio para entender al antipoeta.
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El cartel es blanco y está pegado en una pared, a la entrada de la universidad. En letras mayúsculas, en tinta negra, dice: “Sr. Gumucio, si está tan seguro de lo que piensa y lo dice con tanta autoridad, ¿por qué borró sus tweets?”. Semanas después de que sus dichos sobre el feminismo le causaron problemas afuera y adentro de la universidad, ya lo tiene claro: criticar la ola feminista no ha sido una buena idea.
No es la primera vez que sus opiniones le han puesto a la gente en su contra. Que ha desatado la furia en redes sociales. Gumucio, que suele hablar sin medir las consecuencias, ha terminado en medio de varias polémicas. Eso también le pasaba con sus columnas en The Clinic, las que llamaron la atención de Parra. Aunque tal vez él no lo hubiera querido, fue esa versión de sí mismo, la del columnista irreverente, la que más lo conectó con él.
“Para mí lo importante eran los libros, ser un clásico de la literatura, no un payaso mediático. Yo le pasaba mis libros a Nicanor y esperaba que los leyese, que me dijese ‘qué bien escribes’, pero eso nunca sucedió, porque a él no le interesaba. En cambio, lo que yo creía que no tenía ninguna importancia en mi vida, a él le parecía trascendente”.
—¿Crees que en Chile se paga la irreverencia?
“Sí, también aprendí eso de Parra. Era una persona extremadamente formal y odiaba el conflicto, pero terminaba a patadas con la Unidad Popular, con la dictadura. Aquí no se sale gratis. Que te dijera: ‘Parece que sabes demasiado, que la tienes clarita’ era como decirte que eras un idiota. Para él defender principios era ridículo. Había que tener varias opiniones. A Parra no le gustaba la gente que tenía las cosas claras”.
—Pero tú hablas muchas veces como si las tuvieras…
“Sí, y eso no le gustaba de mí. Su opinión firme era que no existían las opiniones firmes. Yo vivo en la posmodernidad, entre opiniones fluidas, tuiteo, no tengo ninguna seguridad, me contradigo, pero no me gusta ser así. Ojalá me rehabilitara. Él, en cambio, vivió en un mundo de ideas firmes, de convicciones, pero odiaba todo eso. Para él, en la incapacidad de tener una opinión, en tener opiniones contradictorias, estaba la verdad”.