Akira + Totoro: a tres décadas de la cumbre de la animación japonesa
Este año se celebran tres décadas del estreno de dos de las obras cinematográficas animadas más fundamentales de la cultura pop nipona.
1988 fue un año de inflexión para la animación japonesa. Por un lado, Katsuhiro Otomo y su película Akira le entregó al mundo el concepto futurista y apocalíptico de la cultura cyberpunk, en una obra que hasta el día de hoy sigue de culto, mientras que, en el otro extremo, Hayao Miyazaki –considerado el Walt Disney nipón– estrenó el mismo año Mi Vecino Totoro, una de las cintas infantiles más dulces y más recordadas de las últimas décadas. Ambos largometrajes animados cumplen tres décadas este año.
El emblema Akira
El caso de Akira es emblemático. Concebida por Otomo, artista de manga y director cinematográfico que ha sido honrado como caballero de las artes y las letras por el gobierno francés y acreedor de importantes premios a lo largo de su carrera, la historia de Akira se nutre del manga previo, best seller, creado por el mismo Otomo, que fusiona diversos elementos de la ciencia ficción para contar la hipnótica historia futurista de un grupo de chicos fanáticos de las motocicletas que se enfrentan a los conflictos sociales y, especialmente, a un experimento del gobierno que busca manipular a seres con poderosas capacidades telequinéticas. Todo esto, en el marco de un moderno, fascinante y distópico Neo Tokio postapocalíptico, tras una Tercera Guerra Mundial que barrió con la ciudad y que hoy se enfrenta a masivas protestas sociales contra un corrupto gobierno.
El impacto tras el estreno del filme en Japón –el largometraje animado más caro en su momento– el 16 de julio de 1988 fue profundo. Automáticamente, fue considerada por la crítica como una de las obras más trascendentales de la ciencia ficción, con el mismo nivel de influencia que obras cumbre como 2001: Odisea en el Espacio o Blade Runner, además de haberse transformado en una película de culto que tuvo un alcance internacional en Occidente, Chile incluido.
La cinta, por cierto, no fue estrenada originalmente en cines en Chile, pero a comienzos de los noventa circuló de mano en mano entre fanáticos vía VHS, hasta que años después se estrenó en diversos festivales de animé. A partir de entonces, la nueva cultura pop japonesa, más allá de la generación que se crió con series animadas televisivas de ese país, tuvo un redescubrimiento, que fue finalmente global en su alcance, y que terminó por influir otras áreas como el cine, los videojuegos, los cómics y la literatura. Lo anterior queda claro a partir del éxito de la animación japonesa en el país y en América Latina durante los años siguientes, además de grupos urbanos asociados a la difusión del animé, el manga y la cultura otaku.
Mi vecino favorito
En las antípodas de Akira, pero también estrenada en cines japoneses el mismo año, tenemos a Mi Vecino Totoro, acaso la obra más reconocible del prolífico Hayao Miyazaki. La cinta animada, producida por Studio Ghibli de Miyazaki, cuenta la fantasía de dos niñas, hermanas, hijas de un profesor, que se mudan a una localidad rural para estar más cerca de su madre, internada en un hospital. Allí, en diversos juegos infantiles en el nuevo hogar, descubren e interactúan con diversos seres y luego, con personajes en un bosque, pero principalmente con Totoro, una especie de adorable gato/oso/conejo gigante que termina siendo el mejor amigo de las niñas. La clave del filme es su profundo encanto, que va de la mano tanto por su cuidada, cálida y amable animación, como por la nostálgica, rural y fantástica aventura, ambientada en los años 50, en un Japón que todavía trata de recuperarse tras la Segunda Guerra Mundial.
La película no tuvo el impacto inicial que generó Akira tras su estreno, aunque de todos modos se llenó de premios en los meses posteriores y fue parte de los primeros lugares de varias listas cinéfilas. Roger Ebert, el famoso crítico del periódico Chicago Sun-Times, escribió en su momento que la película “se basa en experiencias, situaciones y exploración, más que en conflictos o amenazas”. A diferencia, justamente, de Akira.
Fue recién a partir de que la película era mostrada en viajes aéreos transatlánticos y de copias dobladas que poco a poco comenzaron a penetrar el mercado norteamericano, que la cinta comenzó a ganar audiencias. Recién en 1993 Mi Vecino Totoro fue estrenada en cines en Estados Unidos y el nombre de Miyazaki comenzó a sonar más fuertemente en circuitos cinéfilos. De hecho, fue la misma Disney la que a fines de la década comenzó a distribuir en cines norteamericanos las siguientes películas animadas de Miyazaki.
Pero más allá de la película y los premios que ha recibido desde su estreno, es el inconfundible personaje de Totoro, con sus ojos que miran al vacío, el que ha trascendido como ícono de la cultura pop. Tanto así que incluso ha tenido múltiples apariciones en otras películas de Studio Ghibli y ha llegado a transformarse en una verdadera mascota de la productora y, en general, de la animación japonesa. Y en Japón tiene un peso gigantesco entre el público infantil, tal como lo puede tener el mismo Ratón Mickey.
Dos películas, ambas niponas y las dos diametralmente opuestas entre sí en estilo y contenido, son quizás las obras más trascendentales de la cultura pop animada japonesa contemporánea. Y las dos cumplen 30 años. Felicidades.