Abrasados
La ola de calor que afecta el hemisferio norte ha relevado la preocupación por los efectos económicos, políticos y por cierto ecológicos del cambio climático.
De un lado al otro en el hemisferio norte, las bofetadas de aire caliente están provocando una de las calamidades naturales más alarmantes de los años recientes. Es cierto que cada año hay incendios forestales en Estados Unidos, sobre todo en California, y es verdad que hay registros de temperaturas elevadas que causan muertes en Europa en forma cíclica, pero lo ocurrido durante estos meses de estío boreal ha sido distinto: es más profundo en intensidad y más amplio en alcance que en las temporadas previas. Desde América Norte a Europa, incluso en el Círculo Polar Ártico, y desde África y el Medio Oriente hasta China, Corea y Japón.
Lo que parece circunscrito a una crónica sobre el manejo responsable de los ecosistemas, que por supuesto es relevante por sí mismo, es además un problema económico y político.
De California a Japón
En California, el Incendio Carr es uno de los más destructivos de la historia tras arrasar con casi 1.400 edificaciones y obligar a la evacuación de un tercio de la población de la ciudad Redding, en el norte de ese estado. Ese incendio aún continúa y se suma a otras decenas, como el que afecta al Parque Nacional de Yosemite en una zona próxima.
En Canadá han comenzado más de 300 incendios desde el martes, informaron las autoridades locales. Y en la costa este de Estados Unidos ha ocurrido un fenómeno casi perverso, pues la alta radiación solar ha provocado que la vegetación se haya resecado y que aumente la ocurrencia de lluvias. Estos dos últimos factores han propiciado inundaciones en ciudades como Baltimore, donde pasaron de cuatro pulgadas de lluvia en un julio normal a casi 17 pulgadas. Es el julio más húmedo desde que se tienen registros en Maryland. Un adelanto de un artículo de la revista Science, publicado este miércoles 1 de agosto, anticipa que las inundaciones se están calentando cada vez más rápido en los estados sureños y del noreste de Estados Unidos, lo que tendrá como consecuencia que las condiciones meteorológicas extremas se exacerben en el futuro.
En España la banda de registros calientes se ha intensificado. En el sur, sobre todo en ciudades como Sevilla, Córdoba y Jaén, se esperan máximas superiores a los 40° C. Aunque ha habido registros como estos en 2004 y 2013, por ahora se han tornado más frecuentes e incluso podrían acercarse a los 50 grados tanto en ese país como en Portugal. En algunas regiones del Reino Unido, sobre todo en el sur, las lluvias se han interrumpido por dos meses y las temperaturas están alcanzando en algunas ciudades sobre los 33 °C. En el Círculo Polar Ártico, que nadie podría vincular con paisajes calurosos, los termómetros han anotado 30 grados Celsius, y en Finlandia han superado los 33 grados. Suecia tuvo que solicitar ayuda internacional para acabar con una docena de incendios en sus bosques árticos, que duraron por semanas. Y en Grecia los incendios alcanzaron poblados costeros y acabaron con la vida de más de 90 personas.
En el norte de África el tiempo se ha vuelto más inclemente. En Ouargla, en medio del Desierto del Sahara en Algeria, se registró el 5 de julio una temperatura de 51,3 °C, la más alta jamás capturada con métodos fiables en África. En Medio Oriente el calor se sufre con fuerza además de noche: en Quriyat, en la zona costera de Omán, la temperatura más baja (anotada durante la noche) permaneció sobre los 42,6 °C, que quedó en los libros de récords como la temperatura “baja” más alta de la que se tenga memoria en toda la historia del mundo.
Las autoridades chinas han alertado sobre el impacto de la onda de calor, sobre todo en las zonas del centro y sur del país. La península coreana completa ha cruzado las barreras históricas de calor; de hecho, las capitales del norte (Pyongyang) y del sur (Seúl) se han acercado a los 40 grados Celsius por primera vez desde que se llevan registros de temperatura. Mientras tanto, en Japón la ciudad de Kumagaya registró el lunes un récord de 41,1 °C, con máximas similares también en Tokio por primera vez en su historia. Diversos conteos apuntan a que casi 330 personas en Japón han muerto debido a estas olas de calor.
Los efectos económicos… y políticos
El impacto de esta expansión caliente es directa en la dimensión económica. Hay múltiples elementos que perjudican la economía de los países afectados (aunque también hay ganadores, como la industria de helados y de bebidas refrescantes).
El impacto más concreto recae la producción agrícola y ganadera. El calor excesivo deteriora los cultivos y el ganado que se alimenta de ellos, ya sea porque disminuye los niveles adecuados de humedad que los productos agrícolas necesita para desarrollarse bien, o bien porque reduce la calidad de los terrenos en lo que se planta. Segundo, tiene un efecto sobre el turismo, debido a que menos viajeros acuden a los lugares donde hay alertas de extremo calor. Tercero, las olas calientes porque pueden ocasionar daños a la infraestructura. Por ejemplo, genera cortes de energía eléctrica, dado el mayor uso de aire acondicionado y otros dispositivos electrónicos intensivos en electricidad. Otro ejemplo: debido a que el pavimento y las vías férreas se recalientan en forma excesiva, su mantención y arreglos puede terminar causando demoras de desplazamiento y retrasos en las jornadas laborales.
Algunos estudios han apuntado a que la productividad laboral se reduce por la fatiga de los trabajadores, que disminuyen su concentración mental; también hablan de un incremento de los problemas de salud e incluso se vinculan con la irrupción de epidemias que proliferan como consecuencia del mayor calor. Un reporte de investigadores de la London School of Economics and Political Science (LSE), de Inglaterra, señala que los costos de un período más caluroso podrían ascender a entre 1.900 y 2.300 millones de euros solo en Londres, la capital financiera de Europa. Si la temperatura sobrepasara los 37 °C, dicen investigadores británicos del Centre for Economics and Business Research, la productividad en ese país caería en un masivo 62%.
Todos estos efectos son, claro está, también políticos. En Corea del Sur, el oficialista Partido Democrático se adelantó para apurar una legislación que considere las olas de calor como un “desastre natural” que permita implementar medidas de emergencia más rápidas, y está demandando que el gobierno destine recursos para paliar los mayores costos de energía por uso de aire acondicionado de las familias más pobres. Lo que están haciendo los políticos surcoreanos es un ejemplo de las reacciones que la evidencia científica ha planteado como el gran desafío del siglo, relacionado con el cambio climático.
De hecho, sectores que en su minuto negaron el cambio climático ahora están reconsiderando sus opiniones. El periódico sensacionalista británico The Sun tituló el miércoles 25 de julio “El mundo está en llamas”, con una fotografía similar a la imagen que ilustra el presente artículo, e incluía allí la opinión del científico Len Shaffrey de que la ola de calor se relacionaba con el cambio climático. Lo novedoso es que The Sun, el tabloide más vendido del Reino Unido, negaba hasta hace poco la existencia del cambio climático.
En Estados Unidos, el escepticismo acerca del origen humano en los cambios observados del clima es más alto entre los seguidores del Partido Republicano y del Presidente Donald Trump. De hecho, desde su campaña presidencial que el actual mandatario ha desestimado que el cambio climático esté en marcha, y anunció desde entonces que durante su gestión retiraría al país del Acuerdo de París para reducir las emisiones de gases tóxicos. En junio de 2017 concretó esa promesa. Parte de la lógica tras esto está en que China puede usar combustibles más baratos, como el carbón, aunque contamine más, y eso perjudicaría a Estados Unidos.
El gobierno chino, en todo caso, ha tomado una política de mayor liderazgo en esa materia, pues es además un signatario del Acuerdo de París. Aunque se trata del país que más contamina en el mundo en los gases que provocan el efecto invernadero, el Presidente Xi Jinping ha trazado la ruta para disminuir ese registro. Mal que mal, China tiene bastante de qué preocuparse: se espera que su planicie norte -la región más densamente poblada del mundo- se convierta en la zona más mortífera del mundo por sus olas de calor hacia el año 2070.
Aunque Trump no se ha pronunciado sobre el cambio climático en las semanas recientes, sí tomó una decisión que sorprendió a la comunidad académica norteamericana. Por primera vez tras asumir en la Casa Blanca, nombró a un asesor científico presidencial. El escogido es Kelvin Droegemeier, un veterano meteorólogo que ha dedicado su carrera al estudio de fenómenos duros de la naturaleza, como los tornados y las tormentas. Por lo mismo, cuenta con el conocimiento adecuado para vincular los recientes episodios de calor con el cambio climático, aunque su postura respecto de esta materia no es bien conocida entre los especialistas.
Cómo era eso del cambio climático
En un estudio de World Weather Attribution (WWA) -un grupo de colaboración de científicos de seis entidades multinacionales, entre ellas de las universidades de Oxford y de Princeton-, se concluye que el cambio climático ha hecho dos veces más probable la ocurrencia de las olas de calor. “La lógica de que el cambio climático provocará esto es inescapable. El mundo se está volviendo más cálido, y así las olas de calor como esta se hacen más comunes”, dijo a The Guardian la investigadora Friederike Otto, de la Universidad de Oxford.
La relación de estos eventos con el efecto invernadero y el cambio climático es algo que se da por descontado. La cantidad de estudios es abrumadora y se analizan en un artículo del colectivo de divulgación científica Etilmercurio.
Muchas veces se ha cuestionado también si este fenómeno es producto de la actividad humana o corresponde a un ciclo natural. Para responder a esta pregunta, los científicos han analizado las burbujas de aire atrapadas en los hielos milenarios: es así como han descubierto que durante 400 mil años los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera han fluctuado en promedios de 200 a 280 partes por millón (ppm) y nunca superó las 300. Sin embargo, según informa la NASA, en 2013 superó las 400 ppm y en esto los estudios son claros: la actividad humana es la responsable de este aumento.
La doctora en ecología y académica de la Universidad Austral Olga Barbosa explica que el problema de este fenómeno no es solo el aumento de las temperaturas promedio: “Una de las consecuencias del cambio climático es el aumento [de la frecuencia] de los eventos climáticos extremos”. En un mundo dos grados Celsius (promedio) más cálido, los eventos de temperaturas extremas (olas de calor u olas de frío) serían cinco veces más frecuentes que hoy y 27 veces más frecuentes que en tiempos preindustriales, de acuerdo con un estudio publicado en la revista Nature Climate Change Perspective.
“Hubo un evento de lluvia que ocurrió en Arizona, el año 2007: llovió tanto como un evento extremo que estaba pronosticado que ocurriera cada mil años”, dice Barbosa. Según explica, estos eventos no solo se vuelven más extremos y más frecuentes, sino que también empiezan a ocurrir en épocas del año que no se esperan.
Hasta hace poco, se estimaba que los efectos del cambio climático serían más moderados en el hemisferio sur gracias a la mayor masa oceánica y a la presencia de la Antártida, que ayuda a evitar cambios abruptos en la temperatura. No obstante, “eso está modificándose ahora porque el casco antártico ya empezó a derretirse“, dice Barbosa. Hay problemas ya evidentes: el derretimiento de glaciares en la Cordillera de los Andes (que conlleva la reducción de acceso a agua potable), el aumento del peligro de inundaciones catastróficas y aluviones; la destrucción de los arrecifes de coral y daños irreparables en ecosistemas únicos. Además, estos fenómenos azotarán con mayor fuerza a países subdesarrollados o en vías de desarrollo, ya que dispondrán de menos recursos administrativos y financieros para afrontar las crecientes catástrofes.
Ciudades más verdes
Barbosa, quien también es presidenta de la Sociedad de Ecología de Chile, explica que la percepción de las olas de calor son distintas en las zonas rurales y las zonas urbanas: “En la ciudad […], dependiendo de cuánto pavimento y construcciones hay, puede incrementarse en dos o tres grados la temperatura”.
Por ello, la académica sugiere buscar medidas eficientes para mitigar los efectos de la ola de calor. La respuesta más sencilla sería aire acondicionado, pero lo que ella propone son “soluciones híbridas de infraestructura verde”. Hay medidas urgentes que se pueden tomar en el corto plazo, explica Barbosa. Entre ellas, menciona el aumento de la vegetación y áreas verdes urbanas, ya que “las ciudades con mucha vegetación tienen menos variaciones bruscas de calor”. Sin embargo, recomienda usar vegetación nativa y endémica a la zona para reducir al mínimo el riego (y, por lo tanto, descarta la plantación de pasto en zonas donde no pueda mantenerse por sí solo). También recomienda, más que grandes colectores de aguas lluvia, la construcción de parques inundables, que sirven para evitar inundaciones en áreas habitadas y funcionan además como espacio de recreación. El uso de techos blancos -no techos verdes- aumenta el albedo (el reflejo de la radiación solar) en la ciudad y, por lo tanto, reducen la temperatura.
Pero uno de los problemas que también le preocupan a Barbosa es el manejo de los ecosistemas: “Es importante reducir las emisiones de carbono, pero también hay que hacer un manejo sustentable de los suelos”. En particular, le preocupa que se rellenen los humedales -que ayudan a regular la temperatura y a absorber dióxido de carbono-, la deforestación y las plantaciones de especies exóticas que pueden prender fuego con facilidad, entre otros temas.