La última tonada de Vicente Bianchi
En su última entrevista, el pianista, compositor y radiodifusor chileno repasó su historia, su pasión por la música chilena y su amistad con Pablo Neruda.
“Uno nunca termina de aprender”, contó Vicente Bianchi a Francisco Tapia Robles, de PAUTA.cl. Así fue toda la vida del pianista, compositor, radiodifusor, arreglador, director de orquesta y coros de 98 años, que en sus 90 hizo un disco nuevo de piano solo, “de arreglos especiales”, en sus propias palabras. De hecho, en marzo de este año lanzó un nuevo disco llamado Bianchi inédito, con ocho composiciones nunca antes escuchadas que seleccionó junto con su hijo Alejandro: la más antigua de ellas, “Scherzando”, es de 1940.
Vicente Bianchi fue uno de los músicos más influyentes de la historia de Chile. Empezó a estudiar piano en su niñez, trabajó como radiodifusor gran parte de su vida, colaboró con notables artistas nacionales de música docta, popular y folclórica. Algunas de sus obras más recordadas son las “Tonadas de Manuel Rodríguez” (1955, sobre textos de Pablo Neruda), “A la bandera de Chile” (1970) y “Las Noches de Chillán” (1973-1998), además de su participación como arreglador y orquestador de La pérgola de las flores (1960). Su trabajo le brindó reconocimientos como el Premio a la Música Chilena (2000), el Premio Apes a la Trayectoria (2008) y, luego de ser nominado varias veces, el Premio Nacional de Artes Musicales en 2016.
“En la actualidad, estoy terminando de musicalizar, de escribir un disco”, dijo en su última conversación con PAUTA.cl en mayo de este año. Se trata de un disco que rescata a las mujeres chilenas del siglo pasado: “Es un mundo de cosas para hablar”, contó, ya que son tantas que “le ha faltado música”.
Francisco Vicente Germán Bianchi Alarcón, aunque estudió “música seria” (como la llama él) en el Conservatorio y en forma particular, a los 17 años empezó a trabajar en la radio: allí empezó a improvisar muchas piezas de música chilena y formó sus primeras orquestas profesionales. “No era compositor, así que organicé algunos arreglos”, dice con modestia. “Más tarde, fui a Buenos Aires para tocar música chilena en piano solo […]. Después, cambié a hacer arreglos de piano de música nacional”.
Decía que, cuando él estudió, lo que importaba era la música docta. Estos conocimientos le sirvieron a Bianchi para crear un nuevo género, que mezcla música docta con folclore chileno.
El pianista y compositor estuvo fuera de Chile hasta 1955, cosechando gran éxito y reconocimiento. Cuando estaba en Perú, recibió una carta de su “compadre”, el músico Jorge Orellana: “Aquí hay un verso que sale en el libro Canto general, dedicado a Manuel Rodríguez. ¿Por qué no lo lees y le colocas música?”, decía la misiva. Bianchi empezó a buscarle una melodía al poema un 18 de septiembre y, cuando lo terminó, se lo mostró a su esposa, la cantante Hely Murúa, “que era una gran música, tenía una cultura musical muy grande”, según Bianchi. Ella le recomendó buscar a Neruda para mostrarle lo que había compuesto.
A través de conocidos en común, un juez, deseoso de conocer al poeta, prestó su casa para una reunión: “Y así fue: se hizo la comida, llegó Neruda […], se hizo un esquinazo y cantamos después el ‘Manuel Rodríguez’. […] Neruda empezó a ponerse pálido, de todos colores. Nunca lo habíamos visto tan multicolor. Muy alegre, muy contento, me abrazó y me dijo: ‘¡Esto es lo que yo siempre soñé! Porque la gente me lee, me conoce, pero esto es lo que me gusta a mí. Llegar con algo, con música, con algo al pueblo. No saco nada con que me lea mucha gente que no sabe más que de leer'”, contó el músico. “Terminó esa noche cantándose como diez veces el Manuel Rodríguez, terminamos abrazados como a las tres de la mañana”.
La colaboración entre Bianchi y Neruda se prolongaría hasta la muerte del poeta: este le hizo llegar sus versos sobre los hermanos Carrera, luego otros sobre O’Higgins. También musicalizó algunos de los 100 sonetos de amor. “En total, yo he tomado música de Neruda para hacer 10 canciones, que son las canciones melódicas, románticas y otras que son totalmente chilenas”.
“La última vez que lo vi fue el año 73. […] Le llevé una grabadora con algunos discos para que escuchara, pero ya estaba muy enfermo. Estaba en un sillón grande, con un chal encima”. Conversaron de música y Matilde Urrutia lo invitó a almorzar. Y, cuando terminaron, Neruda tomó una libreta y empezó a escribir. Cuando terminó, se la pasó a Bianchi: “Me dice: ‘Ponle música cuando quieras'”.
El compositor también hizo arreglos orquestales para numerosos cantantes: desde Lucho Gatica hasta Rayén Quitral. Pero la cantautora con quien no alcanzó a colaborar fue Violeta Parra. “Con la Violeta nos conocimos mucho antes, así, en encuentros artísticos por ahí”, cuenta Bianchi. Cuando volvió de Europa, ella estaba “muy interesada en hacer discos” y se pusieron de acuerdo para “hacer algo juntos”. Dice que incluso habían convenido con el director artístico para grabar cuando Parra se suicidó: “El amor la liquidó. Pobre Violeta. Nos quedamos en el aire”.
Aunque le pegaba, seguía
“El piano lo he ido dejando porque mis dedos se atrofiaron. Me cuesta. A veces toco un poquito, pero se me trancan los dedos”, contaba Bianchi. “Me canso mucho”.
Aun así, encontraba fuerzas para hablar de su pasión: “La música que uno hace, la música con la que uno convive, son como los hijos de uno. […] Todos me gustan […] porque van en distintos sabores, porque está el ‘Abejorros’, que es una cosa, y la misa chilena, que es otra cosa, y otra cosa es la sinfónica”.
Bianchi compuso, interpretó e hizo arreglos musicales de los más variados: cuecas, tonadas, obras religiosas, villancicos, la Música para la historia de Chile, himnos y marchas, música sinfónica chilena y peruana… Más de 150 obras escritas en las que se incluye su participación hasta los himnos de los clubes de fútbol Universidad Católica y Universidad de Chile.
“En la Católica tenía muchos amigos: desde el ‘Sapo’ Livingstone, toda esa gente, me pidieron que hiciera un himno”, decía Bianchi. Después compuso también el de los azules: “Entonces quedó un disco con los dos lados: por un lado tenía la Chile y al otro lado la Católica. Me faltó Colo Colo nomás”, reía. Equipo del cual es, precisamente, hincha: dice que Colo Colo “es el alma del pueblo, porque el otro es universitario, [porque] aunque le peguen, sigue”.
Aunque ya terminó la sinfonía de su vida, en sus últimos días siguió trabajando para rescatar y promover la música chilena: “Porque amo a este país más que a mi vida”. Sin embargo, luego de haberse caído y haberse roto la cadera hace dos años, decía que se sentía adolorido. “Todos me dicen: ‘tú vas a llegar a los 100′. Muy difícil. En este estado, no. Prefiero quedarme aquí, irme tranquilito después […]. Más vale que me vaya antes pa’ decir un buen adiós y que me reciba el Gran Señor en buena forma y que pueda yo, demostrar desde arriba, de lo que es capaz Chile”.
Lamentamos profundamente la partida de Vicente Bianchi, actual Premio Nacional de Artes Musicales y responsable de fusionar la música docta y el folklore de forma magistral. Un abrazo para sus hijos Bernardita y Alejandro, para su familia y amigos.
— Consuelo Valdés (@Consuelovaldesc) 24 de septiembre de 2018
Escuche aquí la última entrevista a Vicente Bianchi