La escasez que inspira a Alejandro Aravena
El arquitecto, ganador del Premio Pritzker 2016, rompe con la idea de que la creatividad necesita abundancia.
El gusto por lo simple. “El trabajo con la escasez lo he visto como un gran filtro contra la arbitrariedad, no hay espacio para contestar aquello que no es esencial”, explica Alejandro Aravena a Cristián Warnken en Desde el Jardín.
La escasez como motor para llegar a la profundidad
“Lo que me interesa es llegar a una cierta atemporalidad, [porque] cuesta mucho poner una obra de arquitectura en el mundo: es una enorme cantidad de recursos, de energía, en los materiales, pero también en personas”, señala Aravena. Un trabajo arquitectónico debe considerar tanto la duración física como la cultural.
Aravena pareciera romper con el paradigma de la arquitectura que se vincula al ego, puesto que está ligado más a la poética del habitar de cierto espacio, que a confeccionar una obra que busca la monumentalidad. “Se tienen que hacer preguntas nuevas y muchas veces esas no son las mismas que están siendo válidas. Vivimos en la edad urbana, y tenemos unos niveles de fricción que hacen ver a la ciudad como una olla a presión”, relata. Esta mentalidad se relaciona con el masivo traslado de la población hacia las ciudades, en busca de mayores oportunidades.
Un hombre preocupado por la pobreza
“Al 2030 tendremos alrededor de 5 mil millones [de personas] viviendo en ciudades y 2 mil millones viviendo bajo la línea de pobreza. Eso significa que como humanidad tenemos que construir para un millón de personas por semana con 10 mil dólares por semana”, agrega Aravena.
¿Si tenemos tantos arquitectos buenos, por qué la vivienda social es tan mala?, se pregunta Warnken.
“Una parte tiene que ver con la educación creativa a la que le es incómoda la restricción, cuando [en realidad] esta es un aliado”, explica el también profesor visitante de la Universidad de Harvard. Otro factor tiene que ver con contratar profesionales de calidad para un proyecto a una escala mayor, a lo que pueden aportar las universidades.
Sin embargo, “la abundancia de recursos arriesga una escasez de sentido. Nosotros entramos al mundo de la vivienda social haciendo formas”, opina.
El espacio no es un límite. Las dimensiones son condiciones y hay que trabajar con ellas. “En vez de mirar esos 40 metros como una casa pequeña, hay que verla como la mitad de una casa buena”, destaca Aravena.
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