La vigencia de Heidegger se acentúa en estos meses
A 44 años de su muerte, PAUTA conversó con estudiosos de su pensamiento filosófico. ¿Cómo se han resignificado sus conceptos de “serenidad” , “pensar meditativo” y “autenticidad”?
En Todtnauberg, una localidad cercana a la Selva Negra alemana, se refugió el filósofo alemán Martin Heidegger para escapar de la tumultuosa vorágine de la ciudad, hasta su muerte en 1976.
La cabaña de un piso de madera, con pequeñas ventanas cuadradas, destacaba por su vista a los pastizales. En su interior se encontraban una pintura del poeta alemán Johann Peter Hebel, libros, una mesa rectangular, dos sillas y una radio con la que el pensador se informó de la crisis cubana de 1962. Dicho lugar fue explorado por el arquitecto de la Universidad de Newcastle Adam Sharr en La cabaña de Heidegger. Un lugar para pensar (2015).
Martin Heidegger nació en 1889 en Messkirch, Alemania, en medio de la política de Otto von Bismarck, origen del bienestar prusiano, y que cuatro décadas después sería sucedida por el nacionalsocialismo.
En su época de juventud, la inestabilidad política fue acompañada de un crecimiento en la mano de obra. Entre 1895 y 1907 se duplicó el número de trabajadores involucrados en la construcción de maquinaria, pasando de 500 mil a un millón, lo que bajó el porcentaje de emigración. Además, en 1910 disminuyó la población rural en comparación a los inicios del imperio, de 67% a 47%.
Atrapados sin salida
En ese entorno político-económico, Heidegger dictó clases primero en la Universidad de Friburgo (1915-1923), y luego en la Universidad de Marburgo (1923-1928). Por ende, su segunda etapa de trabajo coincidió con el auge tecnológico.
Pese a que algunos piensan que Heidegger rehuyó de la técnica, en su cátedra Gelassenheit (Serenidad), intentó plasmar la importancia de dejarla descansar. “Podemos decir ‘sí’ al inevitable uso de objetos técnicos y podemos a la vez decirles ‘no’ en la medida en que rehusamos que nos requieran de modo tan exhaustivo, que dobleguen, confundan, y finalmente, devasten nuestra esencia”.
En medio de la era atómica, el filósofo alemán se preguntó qué ocurriría con la naturaleza instrumentalizada e hizo un llamado a la “serenidad y a la apertura” para “abrir la perspectiva hacia un nuevo arraigo”.
En este sentido, “la tecnología define la existencia humana contemporánea”, explica por correo a PAUTA el docente de Filosofía de la Universidad de Florida del Sur, Lee Braver. “El recordar que no estamos bajo control, que estamos lanzados en nuestras circunstancias, nos puede ayudar a alcanzar un estado más receptivo, meditativo y agradecido. Incluso cuando lo que nos hace recordar es terrible, que es nuestra propia mortalidad”.
El filósofo Mark Wrathall, de la Universidad de Oxford, agrega que “el pensar meditativo requiere aprender a tomar un paso hacia atrás del pensar calculante. Estamos en casa consumidos por el mundo tecnológico. Vivimos nuestra vida cotidiana arrastrada por la incesante actividad de convertir todo en una mercancía”. Por eso, en el marco de las cuarentenas y distanciamientos sociales “la frustración que siente la gente al no poder producir, ganar y consumir muestra cuán cautivados estamos por la racionalidad calculadora de una era tecnológica”.
Pero como dice el docente, quizás la cuarentena podría convertirse en una oportunidad para meditar sobre el significado que organiza nuestras vidas.
La polémica adhesión política del filósofo
Hasta la actualidad, Heidegger es cuestionado por su adhesión al régimen nacionalsocialista, promulgada en su discurso de 1933 en la Universidad de Friburgo, donde fue rector por un año. Debido a las actividades políticas que lo llevaron a apoyar a Adolf Hitler (1889-1945) fue suspendido como profesor en 1945 y se retiró en 1950 bajo estado emérito.
“La idea de autenticidad de Heidegger está muy ligada a la idea de responsabilidad. A tomar la responsabilidad de tu propia vida, negándose a caer en la animosidad y la impasividad, conforme a las normas sociales”, señala la profesora de Filosofía de la Universidad de Essex, Irene McMullin, en un programa de la BBC que investigó la autenticidad.
En ese contexto, ¿qué ocurre si el ser más auténtico de una persona remite a acciones negativas? ¿A acciones que puedan dañar a otros?
“¿Cuál es su solución a eso?”, indaga el expresentador del programa televisivo de artes escénicas The South Bank Show (1978-2018) Melvyn Bragg.
“Bueno, él no provee una solución a eso. […] Dice, ‘miren, los seres humanos son los únicos que se hacen la pregunta acerca de lo que significa ser y normalmente no se hacen esa pregunta de una manera abstracta y filosófica, sino en una postura altamente individualista. ¿Qué significa ser para mí? ¿Quién soy yo?’. Entonces la discusión de la autenticidad toma lugar esos términos, no en medio de lo que significa ser una persona moral”, explica McCullin.
El olvido del ser
Antes de preocuparse por la técnica, el filósofo exploró el significado de la revelación del ser en el mundo cotidiano.
“La primera parte del trabajo de Heidegger es acerca de problemas existenciales de cómo nos atrapamos en nuestras ocupaciones y preocupaciones”, sostiene Braver. Y agrega: “Esto cohíbe nuestra vida auténtica porque lo que estamos llevando no es nuestra propia vida, sino seguir simplemente lo que uno hace”.
Por tanto, su concepción existencialista llegó a los círculos intelectuales europeos, los que comenzarían a “discutir temas sobre la experiencia de la vida cotidiana, sobre los que antes no se hablaba”, de acuerdo con la filósofa chilena Carla Cordua.
En ese sentido, “la inserción del existente en el mundo es en la versión heideggeriana un lanzamiento. Un ser arrojado allí que no le revela al lanzado ni su procedencia ni su destinación”, explicó Cordua en su cátedra del CEP sobre el aclamado libro del filósofo Ser y tiempo (1927), el cual fue influenciado por Edmund Husserl (1859-1938).
En él, intentó responder a la pregunta sobre la ocurrencia del ser desde la experiencia humana, como explica Thomas Sheenan, profesor de Estudios Germanos de la Universidad de Stanford y autor de Making Sense of Heidegger (2015), en el capítulo dedicado al pensador, del libro The World’s Great Philosophers (2003) editado por Robert L. Arrington.
Y nuestra mortalidad nos entregó la respuesta, como lo demuestra la frase del Heidegger: “El ser ocurre en nuestra experiencia solo porque somos un cierto tipo de ausencia”.
La obra maestra del filósofo alemán llegó por primera vez al mundo de habla hispana en 1951, gracias al español José Gaos (1900-1969), mediante el Fondo Nacional de Cultura Económica.
En 1997, el chileno Jorge Rivera (1927-2017) tomó el desafío de traducirlo, a cargo de la Editorial Universitaria.
El pensar meditativo en el encierro
Otro de los temas que investigó Heidegger fue cómo habita el ser humano, asociado al permanecer y residir, que se reemplazó por el mero alojamiento, en su conferencia “Construir. Habitar. Pensar (1951)”.
“El ser es la unión de: Tierra, Cielo, Divinos y Mortales. A eso Heidegger lo llama la Cuaternidad”, indica Jorge Acevedo, profesor de Filosofía de la Universidad de Chile. De esta forma, “ocuparse del ser significaría proteger a los cuatro: salvar la Tierra, acoger, esperar a los Divinos y guiar a los Mortales”.
Pero la realidad del ser humano contemporáneo es otra, “donde el habitar tiene como aplastado al habitar genuino, dejándolo semienterrado”. En él, la tierra se esclaviza, se convierte la noche en día y se practica el culto al ídolo.
El habitar para Heidegger se intercaló entre la ciudad y la Selva Negra alemana. Respecto de la sociabilidad, “tenía preocupaciones acerca de las presiones por conformarse y dejar de pensar. Pero la reconocía como un aspecto esencial de la vida humana. Mientras que tenía una cabaña a la que se retiraba a trabajar, también pasó mucho tiempo con amigos, estudiantes y colegas”, dice Braver de la Universidad de Florida del Sur.