Tendencias

Los peligros del romanticismo marciano

Imagen principal
NASA
POR jorge Román |

Las radiaciones, el tiempo de viaje y hasta la toxicidad del suelo marciano son algunos de los peligros que implica viajar a Marte. Y aun así, soñamos con ello.

En su cortometraje “Wanderers” (“Nómadas”), el artista digital Erik Wernquist retrata cómo sería la colonización del Sistema Solar -Marte incluido- en el futuro. Además de su calidad técnica, el corto tiene dos grandes virtudes: primero, su especial cuidado de que sea científicamente plausible; segundo, que está narrado por la voz en off de Carl Sagan. El texto original es un extracto de su libro The Pale Blue Dot:

“[La humanidad] le otorga cierto romanticismo a los lugares lejanos. Esta atracción, sospecho, ha sido moldeada meticulosamente por la selección natural como un elemento esencial de nuestra sobrevivencia. […] Los eventos catastróficos tienen la habilidad de acercarse sigilosamente, tomándonos por sorpresa. Tu propia vida, la de tu clan, o incluso la de tu especie puede deberse a unos pocos impacientes atraídos por un deseo intenso -que pueden difícilmente articular o comprender- a tierras desconocidas y nuevos mundos”, decía Sagan.

El ser humano ya estuvo en la Luna. No una vez, sino seis veces (o nueve, si se consideran las misiones tripuladas que orbitaron o sobrevolaron el satélite natural de la Tierra) entre julio de 1969 y diciembre de 1972. Después de esa fecha, nadie ha vuelto a abandonar la órbita baja terrestre. Si tenemos mejor tecnología que hace casi 50 años y tantos deseos por descubrir y colonizar otros mundos, según Sagan, ¿por qué nunca se ha tratado de instalar una base en la Luna o realizar una misión tripulada a Marte en más de 40 años?

Flotando en un tarro de hojalata

En una nave espacial, solo hay una barrera de pocos centímetros que separan a los tripulantes del vacío casi absoluto y se deben cargar todo los recursos (alimentos, agua, aire) necesarios para sobrevivir. Incluso algo tan trivial como que la cocina se inunde de humo es un problema complejo, porque no se pueden abrir las ventanas para ventilar, como bien lo supieron los cosmonautas de la estación espacial Mir cuando vivieron un pequeño incendio.

Pero hay otros peligros de viajar por el espacio y dos de ellos son constantes: las tormentas solares (partículas cargadas que emite el Sol en forma esporádica) y los rayos cósmicos. Los astronautas en órbita baja, como los que habitan la Estación Espacial Internacional (ISS), están protegidos parcialmente por el campo magnético terrestre (el mismo que impide que esas radiaciones afecten a los habitantes de nuestro planeta). Marte no tiene campo magnético, pero sí una atmósfera débil que protege en parte de estos peligros. Las mediciones que ha realizado el rover Mars Curiosity han permitido concluir que “la dosis de radiación diaria que experimentaría un astronauta en la superficie de Marte es igual a la que recibiría en la ISS, mientras que en el trayecto la dosis sería unas tres veces superior”, escribe el astrofísico Daniel Marín.

La astronauta Tracy Caldwell Dyson observa la Tierra desde la ISS. La microgravedad es muy dañina para el cuerpo humano y un viaje a Marte puede implicar nueve meses en este ambiente. Créditos: NASA/Tracy Caldwell Dyson.

El otro problema es el tiempo de exposición: con la tecnología actual, un viaje a Marte duraría de seis a siete meses, según el físico e ingeniero en operaciones espaciales Eduardo García Llama, o de ocho a nueve meses y medio de acuerdo con lo que plantea el astrónomo José Maza en su nuevo libro Marte: la próxima frontera). Para comparar, la misión Apolo 17 duró 12 días en total (con una estancia de tres días en la superficie lunar). Según describe Marín, esto implica que en una misión a Marte que dure de dos a tres años (incluyendo ida, vuelta y estadía en el planeta) los astronautas acumularían 10 veces más radiación que la recibida en una misión regular a la ISS.

Otra situación dañina para la salud de los astronautas es el ambiente de microgravedad: “Estudios realizados en cosmonautas y astronautas que vivieron varios meses en la estación Mir revelaron que los viajeros espaciales pueden perder del 1 al 2% de su masa ósea total por mes -un problema que los médicos no saben aún cómo prevenir-“, se explica en el sitio web de la NASA. Para paliar y prevenir algunos de estos problemas, los astronautas deben realizar dos horas y media de ejercicios diarios, seis veces por semana.

Además, los astronautas que regresan luego de misiones prolongadas en la ISS suelen presentar otros problemas de salud, sobre todo cardiovasculares y deterioro visual (este último afecta a dos de cada tres astronautas que pasan largos periodos a bordo de la ISS).

Por último, no podemos olvidar el peligro de los micrometeoritos, capaces de dañar o perforar el frágil tarro de hojalata (como cantaba David Bowie) en el que viajan los astronautas. “Cada tanto puedes escuchar el sonido de un meteorito que rebota. Escuchas un golpe cuando algo se choca contra la estación y eso te recuerda dónde estás”, cuenta el astronauta Chris Hadfield (quien vivió por meses en la ISS), citado por BBC Mundo.

Es cierto que las agencias espaciales terrestres llevan décadas preparándose para esta odisea. El ruso Valeri Polyakov tiene el récord de la estadía única más larga en el espacio: 437 días y 18 horas a bordo de la estación espacial Mir. También hay otras personas que ostentan récords impresionantes de viajes espaciales, aunque en distintas ocasiones, como el ruso Gennady Padalka (879 días en cinco misiones) o la estadounidense Peggy Whitson (665 días acumulados).

Hogar, rojo hogar

Digamos que se superaron las primeras dificultades. Se construyó una nave interplanetaria equipada con cientos de toneladas de suministros para abastecer a sus tripulantes y combustible para el viaje. Los astronautas pasaron meses en un ambiente de microgravedad sin sufrir consecuencias graves. ¿Cómo se instalarían en la superficie marciana?

José Maza sugiere en su libro que cualquier hábitat en Marte debería ser semisubterráneo para proteger a sus habitantes de los peligros ya mencionados: radiación solar, rayos cósmicos y micrometeoritos. De hecho, los meteoritos son un peligro que no puede obviarse en una estadía de larga duración: la atmósfera del planeta es tan tenue que la gran mayoría cae a la superficie, a diferencia de lo que ocurre en la Tierra, donde los más pequeños se desintegran mucho antes de tocar suelo.

Concepción artística de un hábitat marciano: los exploradores tendrán que producir sus propios alimentos usando recursos terrestres y otros recolectados en Marte. Créditos: NASA.

Otro problema señalado por Maza son las tormentas de polvo, las mayores de todo el Sistema Solar. A veces, se levantan vientos de hasta 100 km/h que cubren todo el planeta con nubes de polvo anaranjado. De hecho, en junio de 2018, los dos rovers activos en Marte -el Opportunity y el Curiosity- vivieron una de estas tormentas globales. Estas pueden durar meses, lo que dificulta el uso de paneles solares (que serían la principal fuente de energía para una colonia marciana).

Por si fuera poco, el mismo suelo marciano está compuesto de regolito (una especie de arenilla muy fina y poco erosionada), que es rico en percloratos, una sustancia tóxica para el ser humano. No obstante, se han hecho cultivos experimentales con suelo marciano artificial y lombrices con resultados prometedores. De cualquier forma, cualquier visita humana a Marte implicará reducir al mínimo la exposición al regolito.

También debemos sumar la situación de aislamiento (las comunicaciones con la Tierra no son instantáneas: habría un desfase mínimo de 20 minutos), lo limitado de sus suministros (y, por lo tanto, la necesidad de aprovechar recursos marcianos para suplir sus carencias, como el hielo subterráneo), los eventuales conflictos entre los exploradores…

Se trata, sin duda, de una empresa difícil, larga y riesgosa. Y aun así, continuamos soñando con ella: en 2015, más de dos mil personas se apuntaron para un supuesto proyecto de colonización marciana solo de ida. También hay adolescentes que esperan convertirse en los primeros colonos y hasta el empresario aeroespacial Elon Musk (el multimillonario fundador de SpaceX) afirma que en 50 años podría existir una ciudad marciana con un millón de habitantes.

Para el astrofísico y divulgador científico Neil deGrasse Tyson, no obstante, pensar en una colonia marciana es una locura. Como explica en Futurism.com, probablemente sea visitado y explorado por humanos, pero, según dice: “Soy escéptico de que habrá legiones de personas que irán allá y querrán quedarse”. Las razones son las expuestas hasta ahora: es demasiado peligroso, demasiado inhóspito. Sin embargo, Tyson no descarta que en el futuro se construya una base permanente en el planeta.

En su libro sobre Marte, sin embargo, Maza es más optimista. Cree que el desafío tecnológico, social y técnico necesario para viajar y vivir en un planeta tan hostil puede impulsar avances científicos con los que no podemos soñar ahora. De forma parecida a cómo la carrera espacial y el viaje a la Luna revolucionaron nuestra tecnología a niveles impensados en la década de 1960. Y cuando se pregunta si es realmente necesario emprender esta odisea, Maza responde con otra pregunta: “¿Era necesario para Hernando de Magallanes circunnavegar el globo terrestre? ¿Era necesario el viaje de Darwin? La historia grande de la humanidad está llena de epopeyas que ‘no eran necesarias’, pero que nos fueron alejando del mono cada vez más. Preocuparnos solo de la UF, del crédito, del PIB, del PIB per cápita, del pago, no nos aleja del mono, solo nos hace girar como en un carrusel”.

Y eso nos remite nuevamente a Carl Sagan, a la atracción que le produce a la humanidad los lugares remotos, las tierras desconocidas. La conquista de lo que parece imposible.