El apetito por las teorías de la conspiración
La explicación simple de situaciones complejas, que apunta a que un grupo tiene un control mundial, puede convencer a personas que se sienten con un poder de conocimiento distinto.
La realidad es compleja y las dudas humanas son omnipresentes. Ante esa incerteza permanente y las sospechas acuciantes, en la historia han proliferado las explicaciones simples que apuntan a que buena parte del destino está diseñado por un grupo que controla el orden mundial.
O como lo sintetiza el autor Yuval Noah Harari en una columna publicada este domingo 22 de noviembre en The New York Times, son las teorías de la “Camarilla Mundial”. “Las teorías de la Camarilla Mundial”, dice Harari, “son capaces de atraer a grandes grupos de seguidores en parte porque ofrecen una sola explicación sin rodeos para una infinidad de procesos complicados. Las guerras, las revoluciones, las crisis y las pandemias todo el tiempo sacuden nuestras vidas. No obstante, si creo en algún tipo de teoría de la Camarilla Mundial, disfruto la tranquilidad de sentir que entiendo todo”.
Las recientes acusaciones de Donald Trump de que su derrota es producto de un masivo fraude electoral han puesto combustible a nuevas teorías de ese tipo, que ahora apuntan a los demócratas. Han surgido disparatadas insinuaciones de que en algunos estados se emitieron votos de personas que en realidad están muertas, o de un software usado de la empresa Dominion que habría redirigido preferencias por Donald Trump al candidato Joe Biden. La evidencia ha sido hasta ahora abrumadora para desechar todas esas especulaciones e incluso existe un creciente número de republicanos que está quitando piso al clamor sin base del actual presidente.
El círculo exclusivo
El problema es precisamente que, para que la “teoría” de conspiración funcione, sus seguidores desconfían de quienes muestran esas evidencias. De esa manera, el seguidor de tal creencia nunca estará equivocado, y todo aquel que le contraríe está confabulado con el grupo controlador o simplemente es un cordero que actúa con ingenuidad.
“La llave maestra de la teoría de la Camarilla Mundial abre todos los misterios del mundo y me ofrece una entrada a un círculo exclusivo: el grupo de personas que entienden. Nos hace más inteligentes y sabios que la persona promedio e incluso me eleva por encima de la élite intelectual y la clase gobernante: los profesores, los periodistas, los políticos. Veo lo que ellos omiten… o lo que intentan ocultar”, resume Harari.
La visión de sí mismo que tiene el creyente de conspiraciones como aquellas probablemente es la de alguien aventajado, con un conocimiento superior al resto. Y eso podría tener algún asidero en el llamado efecto Dunning-Kruger, el cual dice que existen personas que sobrevaloran sus propias competencias o habilidades y se ven como más inteligentes de lo que realmente son.
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Teorías conspirativas peligrosas
Entre las urdiembres pasadas más conocidas y nefastas está la construida a inicios del siglo XX en la Rusia zarista. Según esa teoría, un grupo de judíos se reunió a fines del siglo XIX para complotar un plan de control mundial. A ese documento, contenido en formato de actas, se le denominó “Protocolo de los Sabios de Sión”. Pues bien, fue todo una rotunda falsificación propiciada por un movimiento antisemita.
De la mentira se supo tempranamente. Ya en agosto de 1921 el periodista Philip Graves publicó en el periódico londinense The Times que “Los protocolos” eran un alterado plagio de Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu, una sátira del francés Maurice Joly publicado en Bélgica en 1864. Pero como ha documentado Hadassa Ben-Itto en La mentira que no ha querido morir, la verdad no siempre gana la batalla cuando el sesgo o el discurso del odio están más atenazados.
Desde esa teoría de la conspiración a un eslabón peligroso más arriba pasaron solo dos décadas. Como recuerda Harari de un eslogan de entonces:
“En el fondo, el nazismo fue una teoría de la Camarilla Mundial basada en esta mentira antisemita: ‘Un grupo de financieros judíos domina el mundo en secreto y está conspirando para destruir la raza aria. Diseñaron la revolución bolchevique, dirigen las democracias de Occidente y controlan los medios y los bancos. Tan solo Hitler ha logrado ver la realidad de sus trucos nefarios… y solo él puede detenerlos y salvar a la humanidad'”.
“Comprender la estructura común de esas teorías de la Camarilla Mundial puede explicar tanto su atractivo… como su inherente falsedad”.
Así, una mentira, una persecución y una torcida ideología se unieron para finalizar en el Holocausto judío. El historiador británico Richard Evans, por ejemplo, refutó en forma rotunda unas polémicas aseveraciones de su colega y compatriota David Irving que relativó la intención de Hitler de exterminar a los judíos.
Evans, eso sí, debió investigar en documentos, escudriñar archivos y traducir apropiadamente mensajes de entonces. Esa dedicación a la evidencia, dice el autor Quassim Cassam en Conspiracy Theories, suele ser una barrera alta y costosa para quien solo prefiere ser un seguidor de tramas atractivas.
¿Cómo identificar una mentira… y una verdadera conspiración?
Hoy se habla de fake news o de posverdad. En cualquier caso, habrán pasado los siglos y seguirá tratándose una mentira que se acomoda a la sombra de la evidencia, como sucede desde luego con diversas especulaciones sobre el Covid-19. ¿En qué fijarse para detenerlas?
La Comisión Europea (CE) y la Unesco partieron por definir que una teoría conspirativa es “la creencia de que fuerzas poderosas y malintencionadas mueven secretamente los hilos para manipular determinados sucesos o situaciones”.
Tales teorías comparten elementos comunes, como una “trama secreta”, la creencia de que “nada sucede por accidente” (pues estaría todo planificado) y siempre hay un individuo o grupo que debe ser considerado “culpable”, entre otros factores.
Se asientan entre las personas a partir de la tan humana “sospecha”. La CE y al Unesco explican que los creadores de las tramas conspirativas “se preguntan quién sale beneficiado del suceso o la situación e identifican así a los conspiradores. A partir de entonces, hacen que las ‘pruebas’ encajen en la teoría”. Crecen como bola de nieve y se hacen difíciles de desarraigar.
Para desarticular una teoría hay que hacerse las mismas preguntas inquisitivas a las que sus autores someten a la realidad: ¿cuál es la experiencia y acreditaciones de donde proviene la teoría? ¿Es confiable ese origen? ¿Son visibles las evidencias aportadas o más bien se basan en “vacíos” o datos elegidos de modo selectivo?
Pues bien, aplicando los mismos filtros aparecen las verdaderas conspiraciones.
La CE y la Unesco lo cuentan así: “Las conspiraciones reales, grandes y pequeñas, existen. Suelen centrarse, más bien, en sucesos o individuos aislados, como un asesinato o un golpe de Estado. Salen a la luz gracias a las personas y los medios de comunicación que las denuncian, utilizando datos y pruebas verificables”.
Las mismas entidades lo ejemplifican con el caso de las tabacaleras: “En 2006, el Tribunal de Distrito de Washington D.C. (Estados Unidos) dictaminó que las grandes tabacaleras eran culpables de conspiración. Durante décadas, habían ocultado pruebas de los riesgos para la salud asociados al tabaco para aumentar sus ventas”.
Yuval Noah Harari también subraya que las conspiraciones reales existen, pero ninguna podría controlar a todo el mundo: “A veces una corporación, un partido político o un dictador logran reunir una parte significativa de todo el poder del mundo en sus manos. No obstante, cuando sucede algo así, es casi imposible mantenerlo en secreto. Un gran poder conlleva una gran publicidad”.