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¿Amarillo, naranja, azul, blanco? Este es el verdadero color del sol

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Fernanda Monasterio/PAUTA
POR Matias Bobadilla |

Pese a la observación común desde la Tierra, el sol no es dorado. ¿Por qué tiene distintas tonalidades según el momento del día? Lo explica nuestro Perro de Caza.

La pradera es verde, la nieve es blanca, el cielo es azul y el sol es… ¿amarillo? A la hora de colorear un paisaje, suele ser representado con un característico dorado brillante. Pero, a millones de kilómetros de distancia, ¿es posible percibir las tonalidades reales de este gran astro? Nuestro Perro de Caza del Watchdog PAUTA agudizó sus sentidos espaciales para averiguar cuál es el tinte de la estrella y qué mitos la rodean.

Un poco de historia…

A lo largo de la historia, el sol ha estado presente en la mitología de muchas civilizaciones que lo veneraban. Los egipcios lo asociaron al dios Ra, creador de la vida. Los griegos a Helio, el dios que todo lo veía y los Incas lo llamaban Inti, dios creador. Desde aquellos tiempos, la luz del sol solía ser representada por los colores dorados, amarillos e incluso otros más extravagantes. Además, se repite la utilización de elementos figurativos como la redondez del astro y sus rayos o puntas que se dirigen hacia la tierra.

“Siempre se le ha representado como un astro ligado a la fuerza, a la potencia y a la fertilidad. Incluso los pueblos más prehistóricos se dieron cuenta que es gracias a la energía del sol que se produce la vida”, indica Julieta Ogaz, académica de la Universidad de los Andes y magíster en Historia del Arte.

Pero, ¿cuál es el color real del sol? A diferencia de la creencia popular, el sol es blanco. Esto quiere decir que si pudiéramos apreciarlo directamente desde el espacio -como lo han hecho los astronautas- percibiríamos su pálido color real. Sin embargo, su tonalidad se distorsiona al atravesar la atmósfera terrestre, dejándonos ver un color más parecido al dorado.

Esto sucede porque la luz solar está conformada por todos los colores del arcoíris combinados -con un poco más de azul claro y verdoso-, pero cada uno de ellos tiene una longitud de onda distinta, por lo que unos se agitan más que otros. En el espacio, esto no es un problema porque no tienen nada con qué interactuar, no existe la atmósfera. Pero en la tierra, los colores azules y violeta, que son más energéticos, suelen encontrar resistencia al atravesar las moléculas de aire de la atmósfera, quedando retrasados frente a los otros: por eso vemos el sol en tonalidades amarillas y el cielo azul.

Según el diagrama Hertzsprung-Russell, que indica la relación existente entre brillo y temperatura, nuestro astro podría ser categorizado como una estrella enana amarilla del tipo G2V, con una temperatura de color amarillento, pero más cercano al blanco. “Según la temperatura que tienen las estrellas, emiten una mayor medida en cierto color. En este caso, para nuestro sol el amarillo, otras estrellas más calientes, emiten mayor luz azul y estrellas más frías, mayor luz roja”, explica Francisca Contreras, licenciada en Astronomía y divulgadora del Observatorio Astronómico Nacional de la Universidad de Chile. 

Entonces, ¿blanco o multicolor?

Para argumentar bien le contamos el experimento que hizo Isaac Newton por el año 1664. Descubrió que la luz blanca -como la del sol- estaba en realidad compuesta por los siete colores del arcoíris: rojo, naranja, amarillo, verde, azul, índigo y violeta. Para comprobarlo, en una habitación oscura, que solo dejaba pasar un pequeño rayo de luz, ubicó un prisma que lo refractaba para dar a conocer todas sus tonalidades en la pared opuesta. El sol funciona de esta misma manera, pero nuestra atmósfera separa sólo algunos colores, dejándonos ver el amarillo. 

¿Y por qué cambia de color en algunas ocasiones? Los más románticos lo habrán comprobado durante la puesta de sol. Cuando está casi posándose en el horizonte, la luz debe pasar por la superficie donde la atmósfera es más densa, siendo dispersada en mayor medida y dejándonos ver con claridad los colores amarillos y rojos.

“Se resalta aún más si es que hay en la atmósfera presencia de polvo o de humo porque las partículas absorben la luz azul, así que la poca luz azul que queda la absorbe el humo o el polvo y vemos esas puestas de sol en que el cielo se ve naranja y el sol se ve muy rojo”, explica María Teresa Ruiz, astrónoma de la Universidad de Chile y Premio Nacional de Ciencias Exactas 2007. Esto significa, además, que el color del cielo se debe a la composición de la atmósfera de la Tierra.

“La atmósfera de Marte y de otros planetas no tienen ese bello color azul, porque tienen una atmósfera compuesta por moléculas distintas”, indica.

¿Es el sol una gran bola de fuego?

La respuesta es no. “Si fuera de fuego, su combustible se hubiese terminado hace muchísimo tiempo. Nuestro sol es una gran bola de gas, principalmente de hidrógeno y de helio”, asegura Francisca Contreras. Sin embargo, por mucho tiempo se pensó que podría ser como un hierro caliente fundido o que sus continuas contracciones generarían su calor. 

“No fue hasta los años 1930 que entre varios astrónomos llegaron a la conclusión que en realidad lo que estaba calentando al sol eran las reacciones nucleares en su corazón -que son como una bomba atómica, pero gigantesca- que está produciendo una tremenda cantidad de energía por segundo. Se transforman cuatro millones de toneladas de hidrógeno en helio, y eso produce la energía necesaria para que el sol viva”, añade María Teresa Ruiz.

WatchDog PAUTA es un proyecto de fact-checking conjunto entre la Facultad de Comunicación de la Universidad de los Andes y PAUTA. Busca tomar temas en la agenda y rastrear su veracidad desde una perspectiva positiva, no inquisitoria.

La sección Perro de Caza aborda mitos generalizados que se comentan de boca en boca.