Policía sobreviviente del 11-S de 2001: “El mundo se está volviendo más peligroso”
James McShane era inspector de la Policía de Nueva York cuando acudió a los rescates de miles de personas. “Fue una experiencia surreal”, recuerda en este detallado relato a PAUTA.
James McShane (70) es un hombre alto, de caminar tranquilo y pelo cano. En su rostro hay una mezcla entre la mirada suspicaz de un policía y el cejo melancólico de un sobreviviente. “Aprendí que está bien estar triste y que hay que compartirlo con otra gente”, dirá en un momento de esta conversación.
Su oficina está en la biblioteca Low Memorial, uno de los edificios más reconocibles de la Universidad de Columbia, en Nueva York. Doce kilómetros lo separan físicamente hoy de la Zona Cero. Otro asunto es la distancia emocional. “En mis entonces 24 años de policía, jamás había visto algo tan dramático como eso”, cuenta ahora que se aprietan las memorias del ataque terrorista de Al Qaeda a las Torres Gemelas.
La mañana del 11 de septiembre de 2001, McShane ejercitaba temprano en un gimnasio. Era inspector de la Policía de Nueva York (NYPD) en el sur de Manhattan. De pronto, un compañero le avisó que un avión se había estrellado a las 8:46 horas con el edificio norte de las Torres Gemelas. Asumió que era un avión pequeño y que se trataba de un incidente similar a uno ocurrido en 1981 en Nueva Jersey. Fue a ducharse y, mientras se vestía, se enteró por la televisión de que una segunda aeronave chocaba contra la torre sur. Eran las 9:03 horas.
“Entonces ahí vi que no era un avión pequeño y que probablemente era un ataque terrorista. Mientras manejábamos al lugar veíamos cómo se caían las cosas del edificio. Al principio creí que se trataba de papeles o escombros. Me fui acercando al edificio y no eran ni papeles ni escombros solamente: eran personas saltando de las ventanas huyendo del fuego. Qué otra alternativa podrían tener”, dice al recordar los detalles.
“Había mucho silencio. Cuando se cayeron las torres apareció un polvo blanco que se esparció en todas partes. Fue una experiencia surreal”.
La operación de rescate
Diecinueve individuos, divididos en cuatro aviones, ejecutaron los ataques aéreos del 11 de septiembre de 2001: uno en Nueva York, otro en el Pentágono, ocurrido minutos más tarde, y un tercero que parecía destinado a atentar contra el Capitolio, pero que terminó con el vuelo 093 de United Airlines estrellado cerca de la localidad de Shanksville, en Pensilvania. Fueron casi tres mil las víctimas fatales.
En Nueva York fue la mayor de las agresiones. El complejo original del World Trade Center terminó completamente destruido. Las emblemáticas Torres Gemelas, los edificios más altos del mundo hasta entonces, se desplomaron menos de dos horas después de los impactos.
“Fuimos a la torre norte y había polvo en todas partes. Vimos a alguien que portaba un arma. Tratábamos de despejar las vías. Estábamos en la calle Church. Entonces, parado ahí, empiezo a mirar cómo se derrumba toda la parte superior de la torre [norte]”, cuenta. “Empecé a ver cómo la gente entraba y salía, rescatando a otros. Hay una foto famosa de un cura siendo sacado por cuatro hombres [cubiertos en polvo], y dos de ellos son mis tenientes”, relata.
De la torre norte, lo que se desplomó primero fue su parte superior. A las 9:59 fue el edificio sur el que se derrumbó sobre su propia estructura, producto del inmenso calor iniciado con el combustible del avión. Las vigas no resistieron.
“Sentimos cómo temblaba el suelo, avisando que algo se venía abajo. Afortunadamente para mí, lo segundo en caer fue la torre sur, porque fue golpeada más abajo. Pudimos escapar del colapso”.
Sería minutos más tarde cuando la torre norte, ahora en forma íntegra, cayó sobre su propio peso.
Las olas de humo y cenizas eran sofocantes.
“Cuando se despejó el humo volvimos a hacer nuestro trabajo. Con uno de mis compañeros nos encargamos de poner a las personas en botes o ferries para alejarlas. Cuando se comenzó a caer la segunda torre, vimos una enorme ola de humo. Entonces tuvimos que escapar. Ahí empezó un incendio. Pasamos el resto del día sacando a gente, o ideando planes”.
Recuerda a los cientos de bomberos que corrieron a distintos puntos y nunca regresaron. Fueron 343. Hubo 60 policías de distintos departamentos que tampoco volvieron. En total, murieron 411 integrantes del personal de emergencia.
“Yo sentí mucho miedo, pero haces lo que debes hacer. Cuando te pones un uniforme, de cierta forma te empodera, porque tienes una gran responsabilidad. Estaba feliz de poder ayudar. Había mucha gente de distintas partes del mundo que quería aportar, pero en realidad no había nada que pudieran hacer”.
El sonido de los jets de combate
Canales de televisión en todo el mundo interrumpieron sus transmisiones para informar, en tiempo real, de lo que sucedía. McShane y los demás rescatistas, sin estar enterados de detalles, actuaban prácticamente a ciegas.
“Había un gran caos de comunicación porque las radios estaban en las torres mismas, y estas se habían derrumbado. La gente del resto del mundo sabía más que nosotros, pues nosotros no sabíamos qué estaba pasando. Recuerdo haber estado parado en la calle oeste, luego de que se había caído la segunda torre, cuando de repente escuchamos el sonido de jets de combate. No sabíamos si eran estadounidenses. Después supimos que afortunadamente lo eran”.
La evacuación fue frenética.
“Nos seguíamos moviendo y sacando a gente que sangraba. Se iban directo al hospital, pero nosotros nos quedamos porque es nuestro trabajo. Fuimos al Hospital Saint Louise para limpiar a nuestro equipo, porque estábamos todos cubiertos de polvo. Al llegar pensamos que encontraríamos un caos, pero había seis o siete doctores sentados afuera fumando en un día precioso. Y la sala de emergencias estaba vacía. No había pacientes a quienes tratar. Ese día, o morías o no salías herido. No había un lugar entremedio. Fue realmente aleatorio”.
Una de esas muertes fue la de su mejor amigo desde el colegio: Bill Meehan.
“Nunca pudo llegar a los 50 años. Cuando cumplí esa edad mi exesposa me hizo una fiesta sorpresa, él vino con su esposa y me trajo dos regalos. Uno de ellos era un desnudo de Marilyn Monroe, porque me encanta y cumplimos años el mismo día. Pero su segundo regalo fue una pelota de béisbol. Jugábamos en la secundaria y ganamos el campeonato en nuestro último año. Teníamos 17 años y teníamos esta pelota sucia firmada por todos. Ni siquiera me acordaba de su existencia, pero él me la regaló. Me conmovió mucho porque varios de mis amigos ya habían muerto, y Billy murió un poco después”.
Meehan era el jefe de análisis de mercado de la firma financiera Cantor Fitzgerald, cuyas oficinas estaban en Manhattan. Se había trasladado a esas dependencias en agosto de 2001. “Yo estaba ahí cuando él murió, pero no supe que había muerto sino hasta un par de días después”, dice McShane sobre su amigo. “No sé cómo murió. No sé si saltó por una ventana”.
Como ha sucedido con casi el 40% de las víctimas de los atentados en Nueva York, sus restos aún no han sido identificados. “Hicieron dos ceremonias tras el atentado y en una de ellas hice un elogio a Billy y conté algunas de las historias, como que era un fan del grupo California Angels y conté cómo él era el único tipo del Bronx que creía que los Mets tuvieron la mejor parte del trato cuando hicieron un cambio de jugadores. Para todos fue una mala movida, pero él siempre lo consideró como algo bueno. Al final saqué la pelota de béisbol que me regaló y la puse en el podio. Eso me dio mucha pena”.
El nuevo espíritu de Nueva York
Hubo 25 mil personas rescatadas. En Nueva York los fallecidos que estaban en tierra fueron 2.606, que se sumaron a los 127 pasajeros y 20 tripulantes de las aeronaves secuestradas por 10 terroristas.
Reflexiones que han realizado numerosos residentes incluyen el que la ciudad tuvo un sentido de comunidad del que parecía carecer. De pronto, los neoyorquinos se habían unido para salir adelante tras la tragedia y los policías, que hasta entonces provocaban rechazo en un conjunto de la sociedad, fueron revalorados.
“Después de un largo tiempo, la gente empezó a tener más simpatía con los policías. La policía no suele ser recibida calurosamente, porque controlamos el comportamiento de la gente y le decimos a la gente qué hacer. Pero después del 11 de septiembre la gente llevaba galletas y brownies a las estaciones de policía. Ese día todos se cuidaban: la policía, los bomberos, la comunidad. Fue realmente lindo eso. Hubo realmente un gran espíritu de comunidad en Nueva York. Lamentablemente ya no lo tenemos. Aquí hay grandes personas, me encanta la ciudad de Nueva York, pero… la política en la ciudad, en el estado, en el país, ¡en el mundo!, se ha vuelto realmente divisiva. Y es muy triste porque nos estábamos uniendo mucho como país después del 11 de septiembre”.
Un mundo peligroso
Las amenazas terroristas estaban en el radar de preocupaciones de la policía. Nombres como los de Al Qaeda o, en particular, de Osama bin Laden, podían sin embargo escapar del conocimiento generalizado de los ciudadanos.
“Los norteamericanos no se informan mucho acerca del mundo, porque creen que no lo necesitan. Este es un país rico. Yo estaba al tanto del atentado de 1993 del World Trade Center, que fue bastante similar, entonces [los policías] teníamos conciencia. Pero esto fue casi como un guion. Si hubieran hecho una película, le gente no lo hubiese creído. Estos tipos tuvieron una gran coordinación de cómo volar, de secuestrar estos aviones y de estrellarlos contra las torres”, reflexiona ahora.
Dice que no siente rencor. Tampoco siente que haya odio mutuo entre las personas de una cultura u otra, sino que se trata de reacciones ante ciertos líderes.
Sí cree que se hizo justicia con Bin Laden. Unidades de élite militar de Estados Unidos lo encontraron oculto en Pakistán en mayo de 2011, lo asesinaron y comunicaron que arrojaron su cuerpo al mar para evitar un lugar de posible peregrinaje.
“Experimenté alivio cuando supe de su muerte. Fue rastreado y pasó lo que pasó, pero últimamente de todos modos debería haber recibido la pena de muerte. Si no hubiese pasado eso, seguirían posponiendo el juicio, como ocurrió con un grupo de prisioneros en Guantánamo. Hubiese sido un punto para juntar a más radicales. En pocas palabras, creo que se hizo justicia”.
McShane no era un policía tradicional. Se recibió de abogado en 1986 por la Universidad St. John’s, trabajó en un bufete y retornó a oficinas especializadas en materias legales en su unidad policial. Estudió además un magíster en administración pública por la Escuela de Gobierno Kennedy de la Universidad de Harvard y fue ascendiendo en la jerarquía de la NYPD. En 2004 ingresó a la Universidad de Columbia, donde hoy ocupa el puesto de vicepresidente de Seguridad Pública.
Cuando repasa cómo se han modernizado los sistemas de protección antiterrorista, reconoce avances evidentes. Aunque también es cauto sobre nuevos peligros.
“El Departamento de Policía ha realizado un gran trabajo durante más de 20 años. Crearon su propia Oficina de Inteligencia, la Oficina de Contraterrorismo, y detectaron muchos de estos complots antes de que cobraran demasiada fuerza. Pero hay planes más pequeños. No sé. No sé qué va a pasar ahora que los talibanes están tomando Afganistán. Allí está ISIS, está Al Qaeda… Simplemente no me siento bien con eso. Creo que el mundo se está volviendo más peligroso”.
Cuando el sol está bajando…
En su oficina, James “Jim” McShane tiene desplegadas diversas fotografías y diplomas. Algunos son reconocimientos a su trayectoria y otros por su actuación el 11 de septiembre de 2001.
Pero es un sobreviviente y cuando los aniversarios se acercan, comienza la introspección.
“Hablo de vez en cuando con quien manejaba el auto ese día. Cada año en la fecha nos escribimos o nos llamamos para recordar, pero no pasamos por todos los detalles. Es casi como un ‘tú estabas ahí, yo estaba ahí, y ahora estamos aquí'”.
“Al hablar de esto todavía la gente se emociona. Una semana después de los atentados tuve una serie de llamados a mi teléfono personal. Eran amigos y familiares que estaban verificando si estaba vivo. Y eso para mí fue una gran experiencia: escuchar esa gente que de verdad te quiere y se preocupa”.
“Al final aprecias más la vida”, dice tomando una pausa mientras su mirada policial se reduce y su ceño se relaja. “Me conecté mucho más con mis sentimientos. Parte del mecanismo de sobrevivencia de la labor policial es tomar una visión más cínica y bajarles el perfil a los hechos. Pero esto fue tan potente que había que dejar que las emociones salieran. Aprendí que está bien estar triste y que hay que compartirlo con otra gente. Cuando me siento mal, lo acepto, y bueno, perdí a mi mejor amigo. No voy a las grandes ceremonias de conmemoración, pero cuando el sol está bajando voy al sitio de los atentados y recuerdo a mi amigo Billy. Tomo algunas fotos para recordarlo y dejo que los sentimientos salgan”.