El legado de Isabel II, la reina que modernizó Gran Bretaña
La monarca, fallecida a los 96 años, fue una mujer clave del siglo XX, que transformó al Reino Unido en una sociedad igualitaria, democrática y abierta a la presencia global. El nuevo rey, Carlos III, tiene el desafío de “capitalizar”, desde su nuevo rol, sus logros como príncipe de Gales.
Este jueves 8 de septiembre, el Palacio de Buckingham informó el fallecimiento de la Reina Isabel II a los 96 años en la residencia real de Balmoral, Escocia. La monarca estuvo en el trono por 70 años, convirtiendo su reinado en el segundo más largo de la historia mundial.
Durante las siete décadas en que fue jefa de Estado, Isabel II fue testigo de guerras y conflictos internacionales y de 16 primeros ministros británicos. También, vio pasar siete papas y presenció el final de la Guerra Fría y la caída de la Unión Soviética.
A juicio del exembajador profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Andrés Bello, Fernando Reyes-Matta, “la Reina Isabel II se constituyó en el eslabón entre el siglo XX y el siglo XXI desde Occidente, porque a lo largo de su vida transcurren transformaciones profundas. Una de ellas es la transformación del Imperio Británico, que pasa a ser poco a poco una comunidad de naciones -el Commonwealth-, derivado de la decisión de distintos países de asumir su propia independencia”.
El historiador y académico de la Universidad Adolfo Ibáñez, Fernando Wilson, concuerda con ese análisis. “Ella fue el riel según el cual Gran Bretaña pudo enfrentar el paso de una gran potencia imperial, vinculada a la Segunda Revolución Industrial, al control de medio mundo y al desarrollo de un enorme sistema financiero, a lo que es la Gran Bretaña moderna”, plantea.
Según Wilson, Isabel II deja “una sociedad que es igualitaria, profundamente democrática, con un extraordinario sistema educacional -sobre todo superior-, con gran investigación y desarrollo, y que se lanza nuevamente a una presencia global”.
El rol de Isabel II en la monarquía británica
El historiador explica que la monarquía cumple un papel fundamental en la cultura británica, ya que “provee para Gran Bretaña y los cuatro reinos componentes de un sentido de pertenencia y continuidad básicos que permiten la innovación y el cambio, en algunas ocasiones muy profundo, respecto a otros ámbitos de la vida, sabiendo que tienen unas tradiciones de una solidez extraordinaria que les dan un norte claro respecto a cómo desarrollarse como sociedad”.
En ese sentido, Reyes-Matta señala que “sin tener un rol político, porque no le correspondía, el ser cabeza de la monarquía llevó a Isabel II vivir momentos particularmente importantes”. El académico recuerda que la monarca debió participar en el nombramiento de los primeros ministros, hasta 1965, cuando fue liberada de esa labor. Eso le permitió ser “una especie de conductora por encima representando el devenir del Imperio y del Reino Unido, específicamente”.
Para él, el aporte de la fallecida reina “ha sido mantener la unidad del Reino Unido, no obstante el paso de los tiempos y las diversas tensiones que este ha vivido […], pero sobre todo el papel que debía cumplir la monarquía a medida que el mundo se transformaba, se digitalizaba, se abría al comercio internacional”.
La relación con los primeros ministros
El vínculo de Isabel II con los premier británicos fue variable. El exembajador Reyes-Matta cuenta que la relación con Margaret Thatcher, que estuvo en el poder entre 1979 y 1990, fue “una relación formal con aquella primera ministra tan fuerte, más que una dimensión de cercanía y orientación”.
Las distancias más profundas entre Thatcher y la monarca se dieron, fundamentalmente, “cuando ella impulsaba aquella dimensión de un neoliberalismo comercial extremo […]. La reina estaba descontenta con las no decisiones de la primera ministra en relación con las condiciones que se daban de desempleo, de violencia, de huelga de los mineros, de la negativa de Thatcher de aplicar sanciones contra el Apartheid en Sudáfrica”, dice.
Carlos III, el heredero del trono
El profesor Fernando Wilson asegura que Carlos III, que llega al trono con 73 años, “no va a ser un clon. Más que tratar de llenar los zapatos de su madre, él ha creado dentro de Gran Bretaña una imagen muy poderosa relativa a su propia personalidad”.
El historiador destaca el interés que el nuevo rey ha desarrollado desde 1970 por el patrimonio, la arquitectura y la planificación urbana: “En su calidad de duque de Cornwales […], ha creado tres ciudades satélites, a las cuales ha provisto de sistemas de generación eléctrica ecológicos, han sido desarrolladas con criterios de calidad de vida, tiene un rol patronímico respecto de asociaciones tradicionales y mantención de culturas rurales”.
Wilson cree que es muy probable que “pueda proyectar un esquema de vida, un patrón de funcionamiento propio, entroncado con la imagen general de la monarquía, no necesariamente va a competir con el legado de su madre […]. Carlos III va a poder prolongar los elementos básicos y va a poder capitalizar su extenso periodo como príncipe de Gales”.
A su juicio, habrá una continuidad en la familia Windsor gracias a la presencia de Carlos III, William y su primogénito George, lo que es “muy potente”.
Sin embargo, al nuevo rey no le resultará fácil conquistar la popularidad que tenía su madre. Según un estudio realizado en mayo por Ipsos, sólo el 49% de los británicos creía que Carlos sería un buen rey, lo que contrasta con su hijo William, que tiene un 74% del apoyo.
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