Los 30 años del fin de la Unión Soviética
Fue el fallido intento de golpe de Estado contra Gorbachov, ocurrido entre el 19 y el 21 de agosto de 1991, lo que aceleró el proceso de desintegración de la URSS. El 25 de diciembre la disolución fue oficial. Alberto Rojas lo explica.
El 25 de diciembre de 1991, Mijaíl Gorbachov se transformó en el último gobernante de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Ese día anunciaba en un discurso televisado al país y al mundo que oficialmente esta superpotencia comunista dejaba de existir.
De esta forma, la Unión Soviética desaparecía tras casi 70 años y -al mismo tiempo- se ponía término a más de cuatro décadas de Guerra Fría: la confrontación bipolar entre Washington y Moscú, surgida tras el término de la Segunda Guerra Mundial.
Las causas de su desaparición son varias, pero dentro de las más relevantes están el progresivo desgaste de un régimen dictatorial y la insostenible carrera armamentista con Estados Unidos. Sobre todo, luego que el presidente Ronald Reagan anunciara en 1984 su Iniciativa de Defensa
Estratégica (popularizada por los medios de la época como “Star Wars”), que contemplaba la construcción del primer escudo antimisiles de la historia y militarizar el espacio con satélites de combate.
Pero también influyeron las reformas políticas y económicas impulsadas por Gorbachov tras su llegada al Kremlin, en 1985. Fundamentalmente, la “perestroika” (reestructuración) y la “glasnost” (transparencia), que fueron cambiando no solo a la Unión Soviética, sino también a sus históricos aliados de Europa del Este.
Prueba de ello fueron las revueltas de 1989, que acabaron con la caída de los regímenes comunistas de países como Polonia, Hungría, Rumania o la República Democrática Alemana, ante las cuales Moscú decidió no intervenir, sosteniendo que cada país debía buscar su propio camino. Del mismo modo, la transición desde una economía planificada a una en la que existía la competencia generó altos niveles de desempleo e inflación, que agobiaron a los ciudadanos de toda la Unión Soviética.
Sin embargo, fue el fallido intento de golpe de Estado contra Gorbachov, ocurrido entre el 19 y el 21 de agosto de 1991, lo que acabó por acelerar el proceso de desintegración de la URSS. Mijaíl Gorbachov, quien se encontraba de vacaciones en Crimea con su esposa y su nieta, fue retenido en contra de su voluntad en su residencia. Mientras tanto, en Moscú, un autoproclamado Comité para el Estado de Emergencia aseguraba que Gorbachov había abandonado su cargo por motivos de salud y que ahora ellos conducían el país.
Lo cierto es que este golpe de Estado había sido impulsado por los sectores más conservadores del Partido Comunista, que deseaban frenar las reformas de Gorbachov para devolver a la Unión Soviética a los tiempos más confrontacionales de la Guerra Fría. Y dentro del Comité para el Estado de Emergencia se encontraban figuras cercanas al mandatario, como Gennadi Yanayev, vicepresidente de la URSS; Valentin Pavlov, primer ministro; Dmitri Yazov, ministro de Defensa, y Boris Pugo, ministro del Interior.
El golpe fracasó, en gran medida porque Boris Yeltsin, quien en ese entonces era presidente del Sóviet Supremo de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia, llamó a la población y a las Fuerzas Armadas a enfrentar a los golpistas.
De esta forma, los golpistas fueron neutralizados y Gorbachov fue liberado. Pero durante esos tres días, las repúblicas que conformaban la Unión Soviética habían tomado la decisión de separarse y declarar sus independencias. De modo que cuando Gorbachov retomó el control, solo le quedó guiar al país hacia su desaparición oficial. De esta manera se cerró uno de los capítulos más relevantes de la historia del siglo XX.
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Alberto Rojas es director del Observatorio de Asuntos Internacionales de la Universidad Finis Terrae.